Al llegar a la esquina de la iglesia, bruscamente una patrulla nos cortó el paso, bajó un agente de estatura media, moreno y de voz grave:
– Vas de nuevo pa’dentro Mariana, ya te hemos dicho que no puedes trabajar en las calles.
– ¡Solo estamos platicando! –repliqué.
– Usted también viene con nosotros, amigo.
La diminuta celda a donde fui a parar, olía a orines, estaba fría y húmeda. Al escuchar unos pasos que se aproximaban, me acerque a la reja, ante mi llegó ella, con un policía que enseguida abrió la prisión de par en par.
– Vámonos, se acabo el hospedaje –dijo ella.
+ + +
Ya caminando en la calle al preguntar sobre como logró que saliéramos, me explico que lo único que querían era dinero, y ella lo pagó.
Volvimos a respirar la madrugada, los efectos de la bebida ya se dejaban sentir, fuimos a parar a la habitación de un hotel barato, donde solo la madrugada fue testigo de la liberación de nuestros deseos.
CAPITULO TRES
EL REENCUENTRO
Sonaba el agua de la ducha en el cuarto de baño. Mis ojos se clavaron en el techo de la habitación, ahí tirado aun sobre la cama, una nube de pensamientos me extraviaron de la realidad. “Ana Maria” dije casi en un suspiro; tantos años sin verla y aun seguía existiendo dentro del corazón y del pensamiento el amor de adolescente quedo marcado como por un fierro encendido, pero duele saber que no existe la eternidad… recuerdo su piel morena y esos ojos de chispa, de labios de miel, y nuestra promesa: “Tú para mí y yo para ti”, promesa incumplida por causa del destino, ¿o por culpa de uno mismo?
Volteo a ver hacia la ventana, ya refleja el día, un día más pisando este planeta, ¿Qué sigue? ¿Quién me marcará la ruta?
Ha cesado la ducha, aparece ante mí, su cuerpo desnudo aun empapado en agua, se recuesta a mi lado mojando las sabanas: – El mundo no se acaba hoy –dijo simplemente, pareciera que estaba conectada a mis divagaciones. – El mundo es un eterno instrumento de ira –prosiguió, acariciando mi brazo. – Yo también he leído eso de Borges –repuse.
Autor: Martín Guevara Treviño
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