CAPITULO UNO
AÚN TE EXTRAÑO
La luz tenue del Texas-Bar acrecentaba mi nostalgia, entre una atmósfera de humo de cigarrillos nublando mi vista y cristalizando mis ojos, estaba solo en aquella mesa, frente a tres botellas de cerveza vacías, mientras daba un trago largo a una cuarta que ya llevaba a la mitad. En mi mente revivía acontecimientos de hace diez años atrás, justamente remontaba a la época de mis dieciocho, abriendo la mal cicatrizada herida que dejo un amor de juventud, el mas puro amor que he sentido a lo largo de mi vida. Y no puedo negarlo, en este tiempo no he encontrado a ninguna como ella y aun estoy confundido, nose si es aquel fuego que no se extingue, o el recuerdo que se aferra a no olvidar.
A veces uno no logra comprender las cosas que suceden, cuando todo marcha viento en popa y en cuanto menos te lo esperas el destino te tiende otra jugada, así paso conmigo, yo la amaba y ella me amaba, al menos así lo sentía en aquel entonces, despertaba los instintos carnales de mi ser, me vibraba el alma con su presencia, y el susurro de su voz en mi oído, al sentir su aliento frente al mío eran la gloria para mi, esa gloria que poco a poco se convirtió en mi propio infierno. Y es que a veces el infierno en que caemos, uno mismo lo construye.
Después de un ultimo trago deje el embase vacío sobre la mesa, con residuos de espuma, y de inmediato ordene una mas con un ademán a la mesera.
La joven morena, llego hasta mi mesa con un par de cervezas, embutida en su minifalda color azul y los ojos aun con brillo de ilusión; tendría entre 25 o 27 años, así con voz dulce se dirigió a mi.
– Aquí tienes, guapo. ¿Necesitas compañía?
La mire a los ojos y me sonrió al instante, aun sin responderle una afirmación o negación, se sentó junto a mi, colocando las cervezas sobre la mesa.
– Te ves triste – me dijo- ¿Puedo ayudarte?
La volví a ver fijamente a los ojos, su rostro tenia una expresión de duda, ¿acaso tan mal así me veía?, ¿pero ella en que me podría ayudar?, le contaría mis penas esa noche y después… después de haber desahogado mi dolor, todo volvería a ser igual, y es que eso me dañaba más, que todo volviera a ser igual que siempre.
– Si te molesta mi compañía, me voy -se iba a levantar pero mi mano la detuvo de la pierna, me miro y volvió a colocarse en su asiento.
– Quédate conmigo, por favor. -le dije sin siquiera mirarla a los ojos.
– No eres de la ciudad, ¿verdad? -me dijo cuestionándome
– No. Hace ocho años que no volvía por aquí.
– ¿Ah, si?, yo tengo poco tiempo aquí, tú sabes, en este trabajo anda una para todos lados. Y tú, ¿a que regresaste?
– Volví precisamente a este bar, con la esperanza de encontrar a mi amigo Pepe, hace ocho años lo frecuentábamos mucho.
Autor: Martín Guevara Treviño