Una nueva trayectoria

Eso es, en definitiva y ya de manera decisiva, lo que se ha abierto hoy ante mí. Una nueva trayectoria académica –un curso, sí, el primero de mi carrera, y no será el último, de eso no hay duda–, que ha comenzado, en principio, con buenas noticias. En primer lugar, éstas, las noticias, han ido referidas, sobre todo, al modo de evaluación y a los exámenes, que era realmente lo que más me preocupaba –¿a quién no?–. Pues, para mi agrado, ha sido unas muy gratas sorpresas. Os explicaré, brevemente, lo sucedido.

Lunes, veintinueve de septiembre de 2008, nueve menos cuarto de la mañana en la puerta del aula veintiséis, facultad de Filosofía y Letras, Cádiz. ¿Más referencias? Sí, un joven –yo, evidentemente, porque hablamos de mí–, a la ansiosa espera de la llegada del profesor, cuya cara desconocía y cuyo nombre, en parte, también, conversa sobre sus propósitos para éste y consecutivos cursos de carrera con una alumna que ya goza de cierta experiencia –según escuché, aunque indirectamente, es una chica de ciencias, hizo Farmacia y ahora cursa su segundo año de Filología Inglesa, toda una estudiante cultivada–. En el tono de voz del muchacho se podrá notar, efectivamente, que es su primer día de clase, que está nervioso y que no sabe cómo será la experiencia. Pues bien, un dato que aclarar, que a mí mismo, aquel chico, me ha sorprendido: de estas tres afirmaciones, se aciertan dos, pues ni he estado nervioso ni he estado inquieto, a decir verdad me sentía más bien curioso. Adelantamos, pues, un poco del tiempo para centrarnos en la gran noticia sobre el examen. Unos treinta minutos más tarde, el profesor, un tipo que parece derrochar sabiduría por los cuatro costados a mi parecer, explica el sistema de evaluación. Aquí llega la gran noticia: si hay trabajo personal y continuo, no harán falta exámenes. ¡Asignatura troncal y dura, de doce créditos, que no requiere examen! Una buena noticia. La única mala, en cuanto a la asignatura, que no es lo que yo esperaba: yo esperaba estudiar de nuevo griego clásico, como en el bachillerato, y lo que voy a estudiar este curso es griego moderno, pero en fin, el saber no ocupa lugar, y el griego moderno no deja de ser interesante, así que habrá que probar.

Segunda escena. Mismo día, mismo mes, mismo lugar, aunque en diferente aula y hora: aula treinta y cuatro, una de la tarde, asignatura de Problemas y métodos de la sintaxis del español. Dos horas seguidas de explicación del campus virtual, con una breve referencia a un temario que tiene muy buena pinta, y con otra gran noticia: dos exámenes en todo el cuatrimestre, a modo on-line –¡otro aspecto positivo! Qué bien vamos el primer día–. Segunda buena noticia. Quedan varias, relativas a lo mismo, que voy a revelar en breve y con brevedad.

Tercera escena, ya en conjunto con el resto del drama, diríamos tercer acto, recta final. Cuatro y media de la tarde, Conservatorio Profesional Manuel de Falla, asignaturas de Informática Musical, Composición, Estilos y formas musicales, e Historia de la música. Cuatro buenas noticias: en las tres primeras, nada de examen, sólo trabajo personal y continuo –enorme alivio para un doble curso académico–; en la última, un examen trimestral, más o menos sencillo, y abolición de la obligatoriedad del trabajo anual de temática libre –ahora es optativo, para subir nota. Dato interesante…–.

Y para acabar, y en un lugar completamente opuesto a lo citado, un único dato negativo y a su vez normal, para nada referente a las asignaturas. El comedor, a las tres de la tarde, en plena hora de almuerzo, repleto hasta los topes, ninguna mesa libre para sentarse. Destino: Burguer King, que siempre apaña.

Esto, con un bizcocho, se ha podido digerir en todo el día, si bien aún no hemos empezado con lo fuerte. La semana que viene, quizá, tengan noticias sobre el día académico lectivo en voz –en escritos, mejor dicho– de un estudiante moribundo.

Telón.

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