Textos para el Alma: Una puerta se entreabre

“Textos para el Alma” es una nueva sección de librosylibretas.com en la que presentará periódicamente recopilaciones de historias, artículos, reflexiones y notas de los autores literarios más importantes de la historia.

Estas historias llevarán al lector a momentos fascinantes y buscarán hacerlo pensar y reflexionar, atrapándolo en cada oración, cada párrafo, cada capítulo hasta un final que siempre será impactante.

Acompáñenos a pensar con estos textos para el alma.

Una puerta se entreabre

En mi habitación hay un armario con tres puertas: la central, que es la mayor, tiene un enorme espejo.

Durante el día, mi sobrina me visita. Ella me lava las cosas, plancha, me cocina, me ayuda en todo.

Cuando salgo voy a ciertos lugares, muy puntuales, y siempre vuelvo apresuradamente ansioso por abocarme a los estudios. Las personas no saben lo absorbente que es la geneología.

De noche, en la cama, encuentro el sueño reparador. Mejor dicho lo encontraba.

Una noche atroz, en que todo cambió, me levantó un cauteloso ruido. De repente, presencié, aterrado, como en la penumbra de la habitación se entreabría lentamente la puerta central del armario. Alguien salió. El miedo me paralizaba.

Vi avanzar a un hombre con gorra parecido, tal vez por la barba, al rey Jorge V de Inglaterra. Llegó al centro del cuarto, apoyó sus manos en el barrote, a los pies de la cama, y se presentó diciendo ser un antepasado mío.

-¿De qué parte?- pregunté.

-Eso no importa- contestó con impaciencia. Lo importante es otra cosa. ¿Usted supone que justifica el lugar que ocupa en este mundo llevando la vida que lleva?

…Desapareció.

La aparición del pretendido antepasado se repitió durante todas las noches.

Por mi parte, trataba dormir pero ni bien me venía el sueño, me despertaba el ruido de la puerta del placard que se entreabría lentamente.

Cuando el aparecido no me reprochaba la vida que llevaba, preguntaba si me parecía bien que mi sobrina trabajara sin que yo le pagara ni un centavo o si yo me sentía orgulloso por no beber como si eso fuera un mérito.

Por lo que dijo, pensé que le gustaba la bebida y la noche siguiente lo esperé con una botella de buen vino tinto. No me equivoqué.

Como todas las noches, tuve el desagrado de su visita pero no el reproche de sus sermones. Con verdadera rapidez y diligencia vació la botella.

Pude creer que había encontrado la forma de soportar la situación del hombre y sus preguntas.

Demasiado pronto llegó la noche en la que me dijo: “No me gusta beber solo. Usted beberá conmigo”. La verdad es que el vino me desagrada pero no tuve otra opción más que obedecer. Primero no pasó nada malo pero debí de beber demasiado porque a la mañana siguiente estaba enfermo.

Como uno se acostumbra a casi todo, empecé a emborracharme todas las noches. Mi sobrina no tardó en darse cuenta de mi estado y, por su idicación, me internaron en un hospital.

Aunque seguía débil y flaco, llegó el día en que un médico me dio una buena noticia: “Esta curado, hoy mismo vuelve a su casa. Lo felicito”.

Esa misma tarde estaba nuevamente en mi habitación. Lo primero que vi fue un florero con rosas, regalo de mi sobrina, y luego el guardarropa con el enorme espejo en la puerta central.

Adolfo Casares