El Holocausto fue posible porque se lo pudo aceptar y justificar sin ver sus resultados.
Hacer pasar por ciencia una teoría pseudocientífica porque, en un régimen de separación de saberes, el químico que aplicaba los gases asfixiantes no juzgaba necesario tener opinión sobre la antropología física.
La acción a distancia la hizo posible millones de personas que colaboraron realizando cada cual una acción, directa o indirecta, colaborando con los ejecutores directos y personas responsables de lo sucedido en Alemania.
Así, la humanidad supo hacer de lo mejor de sí lo peor de sí. Todas las cosas terribles que sicedieron posteriormente no fueron sino una repetición sin gran innovación.
La generación del triunfo tecnológico, como algunos llaman a la generación actual, fue también la del descubrimiento de la fragilidad. Un molino de viento podía repararse, pero el sistema de una computadora no tiene defensa ante la mala intención de un niño precoz.
Esta generación se encuentra estresada porque no sabe de quien debe defenderse, ni cómo: somos demasiado poderosos para evitar a nuestros enemigos. Así, encontramos el medio de eliminar la suciedad, pero no los residuos. Porque la suciedad nació de la indigencia, que podía ser reducida, mientras que los residuos (incluso los radioactivos) nacen del bienestar que nadie quiere perder. He aquí por qué nuestra generación fue la de la angustia y la de la utopía curarla.
Con un súper ego más fuerte, la humanidad se complica en un mal que conoce perfectamente, lo confiesa en público, ensaya purificaciones expiatorias en las cuales participan las iglesias y los gobiernos, y repite el mal porque la acción a distancia y la línea de montaje impiden identificarlo en el principio de los procesos (por ejemplo el calentamiento global).
Espacio, tiempo, información, crimen, castigo, arrepentimiento, absolución indignación, olvido, descubrimiento, crítica, nacimiento, vida, muerte… todo a altísima velocidad. Todo a un ritmo de estrés. Y este siglo, que recién comienza, que aun esta en pañales, que ya no nos pertenece, parece que aumentará la velocidad que será para el infarto y convertirá (o seguirá haciendo que) todo en una rápida utopía.
Umberto Eco.