En nombre de un cristianismo que entonces se refería resueltamente al Evangelio, se imponía la idea de que para agradar a Dios los ricos debían compartir con los pobres.
La pobreza fue elevada a la condición de valor fundamental se la vio como una señal de elección divina. A través de este cambio de ética de la sociedad, la caza del pobre se postergó una vez más.
Sólo que la cantidad de pobres crecía. Al mismo tiempo, por falta de innovación tecnológica, la producción agrícola ya no acompañaba ese crecimiento.
En vísperas del siglo XIV, Europa ya estaba decididamente superpoblada. La mayoría de las familias campesinas ya no poseían tierras suficientes para subsistir y, con frecuencia, faltaba el pan en las ciudades. Aun así, la historia no revela señales evidentes de un ascenso del miedo a los pobres. Esa sociedad excluía y recluía a los leprosos, y los masacró en 1321. Excluyó a los judíos, los aisló en ghettos, y también los masacró. No obstante, la moral vigente en ese entonces impidió que la sociedad excluyera a los pobres.
Es verdad que la pobreza de la época se mantenía diluída en el cuerpo social. Es que no existía en las aglomeraciones urbanas una segregación entre barrios pudientes y no pudientes. Ricos y pobres vivían en las mismas calles, en los mismos edificios. Tal cohabitación hacía más eficaz el funcionamiento del sistema caritativo. Los miserables todavía no formaban un gran grupo cohesionado, una clase peligrosa de la cual fuera necesario protegerse, cercándola, expulsándola (como si los leprosos y judíos).
Fue en el siglo XIV cuando sucedió la catástrofe: a consecuencia de una súbita falta de las defensas inmunológicas ante la agresión de una infección venida de Asia (la peste negra), un tercio de la población fue diezmada en unos meses en la mayor parte de las provincias europeas, afectando en mayor medida a las clases sociales más bajas del continente. Un mecanismo natural e inesperado restablecía así, de manera trágica y violenta, el equilibrio que el crecimiento demográfico había destruido.
Mientras tanto, el choque fue de tal envergadura (amplificado por el retorno periódico de la epidemia y agravado por las convulsiones políticas de la época) que en un mundo aún provisto por recursos pero muy traumatizado se puso en marcha el proceso que dura hasta hoy día: se instaló en la conciencia del cuerpo social la convicción de una equivalencia entre miseria, agresividad y peligro. Fue la gran moldura para el inicio de la expulsión de los pobres. En la Europa del siglo XV se inició su marginación. La riqueza se convirtió en sinónimo de virtud.
No soy moralista. Tampoco soy futurólogo pero estoy convencido de que la historia jamás se repite, mas ella puede conducirnos hacia algunas reflexiones. Por eso, dejo al lector con estos datos en estado bruto, limitándome a subrayar lo que muestra esta larga concatenación de hechos: que la especie humana hace una curva ante las cirscunstancias.
Cabe pensar, como seres humanos, ante cuáles circunstansias deseamos curvarnos… en el futuro.
Georges Duby.