Textos para el Alma: Lección del pasado (parte II)

Con todo, vale la pena recordar que durante esos primeros siglos del milenio, el problema social de la indigencia parecía no existir por lo que la caza de los pobres no estaba abierta. Esto tiene una explicación.

En la sociedad totalmente campesina de la época, todavía intervenían con fuerza los mecanismos de compensación como el reparto dentro del grupo familiar, de las cofradías y de las asociaciones aldeanas. También seguían en pie las obligaciones de solidaridad.

En esos tiempos funcionaba, sobre todo, una institución política de base: el dominio señorial, por lo que todo señor estaba obligado a abrir graneros a los necesitados y a redistribuir una parte de las ganancias entre los súbditos. En los campos que comenzaban a poblarse no existía la miseria.

Hacia mediados del siglo XII es cuando la idea del sentido de la historia humana se modifica drásticamente, basada en un sentimiento de vitalidad ante el espectáculo de una proliferación armoniosa del género humano. Los hombres de cultura dejan de pensar que las cosas de la tierra inevitablemente se degradan con el tiempo. El mito de la palabra progreso se instala definitivamente en la conciencia colectiva. Paradójicamente, surge por esos tiempos (mediados del siglo XII) el descubrimiento social de los miserables.

La miseria se descubre en las ciudades, que nuevamente ocupan el lugar de preeminencia que les había pertenecido en la edad antigua (o mundo antiguo). Es en las ciudades donde los servidores del conde de Champagne se dan cuenta de que no pueden alimentarse solos. Es, también, donde se crean las primeras fundaciones destinadas a aliviar el sufrimiento de los más pobres.

Con el sistema de solidaridad incapacitado para atender a todos y con todo un exedente rural en la periferia de las ciudades, la concepción del indigente se vuelve preocupación del  cuerpo social. Los motivos no difieren sustancialmente  de los actuales: fortunas hasta entonces sólidas comienzan a desestabilizarse y la riqueza se vuelve más móvil, y por lo tanto también más vulnerable (un bolsa, e incluso un cofre, se roban con mayor facilidad que una porción de tierra). Los ricos no tardan en darse cuenta la utilidad de atender las necesidades de los pobres a fin de evitar que ellos mismos tomen la iniciativa.

Fue en ese período cuando las prácticas religiosas se transformaron radicalmente, con una renovación notable del cristianismo. A partir de la mitad del siglo XII, una nueva pastoral mueve a los fieles a no dejarse satisfacer más con fórmulas rituales y ceremonias. En el siguiente siglo, mientras se incrementaba en la sociedad urbana la distancia entre gordos y flacos, mientras aumentaba la peregrinación de frailes mendicantes, de dominicos, de franciscanos (sobre todo), con su vida de despojamiento que emulaba a los apóstoles, se imponía la idea de que para agradar a Dios, los ricos debían compartir con los pobres.

En nombre de un cristianismo que entonces se refería resueltamente al Evangelio, la pobreza fue elevada a la condición de valor fundamental, se la vio como una señal de elección divina. A través de este cambio de ética de la sociedad, la caza del pobre se postergó una vez más.

Sólo que la cantidad de pobres crecía.

(Continuará).

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