El velo que ocultaba la corrupción política ha sido quitado. En la actualidad se la ha expuesto y ha producido un gran descontento. De hecho, el clamor actual es contra la corrupción.
No tengo dudas de que las democracias deben quitarse la suciedad, y que la «limpieza política» es la principal prioridad de nuestra época. Pero a medida que ocurre la limpieza, la política se convierte, más que nunca antes, en una verdadera carrera de obstáculos.
Si las desconfianza en los políticos es general (aunque no siempre justificada), y si los partidos pierden su prestigio como tales, entonces entramos en un juego en que faltan algunas piezas. El desencanto y la desilusión pueden conducir igualmente a la apatía, al retiro de la política, a lo que en los años cincuenta se llamó «la despolitización».
Sin embargo, el rechazo de la política que tanto aumenta en la actualidad, no es de ninguna manera pasivo, sino activo, participante y vengativo. En tanto que el ciudadano apático hizo muy fácil la política, el ciudadano vengativo y enérgico puede hacerla muy difícil.
Repetiré (no quiero que haya malos entendidos) que la escoba de la antipolítica es una escoba necesaria. A final de cuentas, sus ventajas superan a sus desventajas. No obstante, no debemos acabar con la política al acabar con la corrupción.
El descontento con los partidos y la pérdida de prestigio de los políticos se reflejan inevitablemente en las instituciones de las que son miembros. Si se llega a considerar que las instituciones son instrumentos inadecuados de la democracia, entonces salvar a la política se convierte en una tarea muy difícil.
Giovanni Sartori.