La otra imagen que acudió es un testimonio fotográfico recogido cerca de Tuzla, en Bosnia.
Un anciano, dos hijas y cinco nietos salieron de su aldea con la guerra pisándoles los talones. Durante dos meses vagaron por los bosques de los alrededores . Esquivaron los bombardeos, mendigaron, atravesaron las líneas de fuego con el desdén de quienes han regresado de la muerte. Milagrosamente indemnes, trataron de recuperar su casa a mediados de diciembre, cuando oyeron el rumor de que todo había terminado.
Encontraron la aldea destruida. Un pariente les dio albergue en la tienda de campaña donde se había refugiado, junto a un viejo dispensario. Lo que no sabían es que el conflicto bélico no había culminado sino que sólo estaba suspendido por una tregua que acabó ese día. Al amanecer, una patrulla serbia entró al caserío en escombros y asesinó a todos los adultos, ante los niños aterrorizados. Las fotografías que he visto descubren las miradas vacías de los chicos, el cadáver del abuelo, los cuerpos desgarrados de las dos hijas que escaparon al infierno de Tuzla pero no a los sentidos de su pueblo natal.
Todo hombre busca una imagen, una casa a la cual aferrarse. Toda casa busca a un hombre. Antes, ambas necesidades solían encontrarse. Pero en estos tiempos, que están hechos de separaciones y desencuentros, hay pocas cosas y pocos seres que están donde deberían o querrían estar. Y es que muchas veces, y esto pasó durante toda la historia de la humanidad, sólo vemos cenizas…
Tomás Eloy Martinez.