Diez o doce reporteros caminábamos por las ruinas de un pueblo que había sido condenado a muerte para ceder espacio a la construcción de una represa. Vi largas filas de gente sin casa, arrastrando de un lugar a otro a sus hijos y sus memorias. No sabían a dónde ir.
Esas visiones me eligen. No es que uno quiere o se predispone a querer observar semejantes injusticias. Ciertos acontecimientos que vivimos como individuos solamente suceden. Muchos pasan completamente desapercibidos. Otros, en cambio, por más minúsculos que nos parezcan al principio nos quedan para toda la vida y están ahí, para recordarnos ciertas cosas.
He visto esta semana dos espectáculos de esa extraña especie. Uno es un documental francés sobre la construcción de ciudades nuevas en el desierto de Arabia Saudita, he visto los nombres de esas metrópolis vacías, Jabail y Yanbu, los mármoles de los rascacielos, refrigerados para nadie, y los trenes que pasan junto a ellos, con rumbo a ninguna parte.
Cincuenta kilómetros hacia el sur están los constructores: coreanos, filipinos, yemenitas, australianos, que deberán marcharse cuando las ciudades fantasmas hayan sido terminadas.
Monstruosas y gigantescas, estas edificaciones de yeso hacen que cuando uno camine por la calle y levante la cabeza no encuentre el cielo, porque estará tapado por cientos de depertamentos que parecerán interminables.
Uno inevitablemente se pregunta: ¿Terminadas para quién? ¿Qué otras aldeas serán convertidas en ruinas para que estos rascacielos de nadie, alzándose bajo un cielo sin figuras, sean ocupados por una población también fantasma que acabará abandonándolos?
(Continuará).