En Roal Dahl confluyen todas las potenciales actitudes del hombre. Igual de tierno que de pecaminoso, de filántropo que de fanático, sus polémicas convicciones le valieron el boicot de sus obras en Israel, acusado de un antisemitismo encubierto que el autor no intentó jamás desmentir. Por si esto fuese poca paradoja para alguien que combatió a los nazis durante el gran conflicto mundial y narró con actitud de cronista espantando el difícil nacimiento del demente Hitler, algunas de sus declaraciones -y sobre todo su obra- le retratan aún más como la contradicción hecha persona. Defensor de la inocencia infantil como uno de los patrimonios indispensables del hombre, su literatura se debatió paralelamente entre su producción más «pueril» -iniciada en Los Gremlins (1943) y finita en El Vicario que hablaba al revés (1991)- con escritos no tan «puritanos», entre los que destacan sus guiones para el cine de acción -Sólo se vive dos veces (1967)- o sus famosos cuentos de humor negro adaptados para el celuloide por otro gurú de lo macabro, el gran Alfred Hitchcok.
Su influencia trascenderá aún los siglos, y el propio Tarantino se valdrá del cuento Hombre del Sur para dar forma a su participación en la película coral Four Rooms (1995). Si a la mezcla inverósimil entre la inocencia de Charlie buscando su chocolatina dorada, la maldad genocida de Las Brujas , el recuerdo de la infancia en Boy y la descripción detallada de la vigorosidad sexual de El tío Oswald (1979) cabe ponerle alguna etiqueta, sólo parece válida una que contenga dos palabras: Roal Dahl. Porque el galés es ante todo contradicción; aunque eso sí, movida por unos ideales indiscutibles que unen lo diverso de su producción como engranajes invisibles. Así, cuando declara: » No puedes dejar triunfar el mal de ninguna manera. Puedes dejar creer al lector que triunfará, pero no puedes permitir que pase» (The Author´s Eye), ya hace patente su intención de presentar al bien como único destino posible, bien sea castigando la avaricia de Veruca Salt en la fábrica de chocolate de Willy Wonka o la pretensión de hacer negocio con el rencor en La venganza es mía S.A. Distintos caminos para un mismo objetivo: el triunfo de la virtud. Qué ganen los buenos, ya sean cincuentones atiborrados de viagra o una Matilda ingeniosa puteada por la indiferencia de sus papás.
Muerto en 1990, Roald Dahl es más que un nombre en la pantalla negra del cine. Es el avivador de las conciencias, alguien que nos susurró al oído que entre la liviandad de la inocencia y la oscuridad de lo perverso no existe siempre una frontera marcada.
emm esto esta malisismo son unos papaos
quiero que pongan resumenes de los libros