A la mañana siguiente, fue a su casa, a su antiguo hogar, para averiguar si lo que había soñado era realmente lo que había ocurrido. Al entrar, un enorme escalofrío recorrió su espalda.
Lo primero que hizo fue dirigirse al balcón. Allí pudo observar la altura que había, lo que le bastó para marearse sólo de pensar en lo que tuvo que sufrir su pobre madre, que había sido una persona justa con la vida, que le había dado a la gente ganas de leer y ganas de aprender a sus alumnos, y que había sido una pobre señora maltratada por su marido.
Cuando se le pasó el mareo, se levantó del sofá y fue hacia la mesa de la entrada, donde su madre había dejado un montón de libros en el sueño, y pudo reconocer el libro que se cayó al suelo. No era un libro de texto, era una biografía de Lope de Vega, su autor favorito. En el interior del libro había una hoja con unos versos escritos y firmados por su madre, en cuyo título decía «Para Edu». Eran los versos que le leería cuando éste llegara del instituto, como hacía muy a menudo.
También supo cuál era el libro que faltaba: «Memorias de una maltratada», por María José Gil Méndez. El teatro que había escrito en los últimos meses, libro que, probablemente, la habría llevado al éxito.
Al descubrir que no estaba el libro de su madre, se dirigió velozmente al estudio para buscar el cuaderno de notas. Lo encontró, tal como había soñado, sin necesidad de perder tiempo buscándolo. Lo cogió y lo abrió para leer en su interior. Se encontró una cuartilla entera escrita:
Para que todos los culpables paguen su condena, os voy a contar toda la historia.
Empezaba exactamente igual que en su sueño. Estaba consternado, ¿había tenido un sueño premonitorio? Se quitó la idea de la cabeza para leer la nota completa.
Hará cuestión de una semana. Estaba hasta la coronilla ya de conducir una furgoneta y de repartir cartas certificadas a gente que no conozco. Así que acudí a un empresario para que me contratase en su empresa. Le llevé mi currículum y concertó una entrevista de trabajo conmigo.
Le dije que me había licenciado en Economía en la Universidad de Madrid hacía cuatro años, y que no había encontrado trabajo relacionado con esos estudios, así que tuve que buscar otro trabajo, y estuve en varios, pero no me gustaban. No me disgusta ser cartero pero uno acaba cansándose de trabajar de algo ganando una miseria.
En mitad de la entrevista, el señor Alonso me ofreció un café y yo acepté. Aparcamos a un lado el trabajo y nos pusimos a hablar de otras cosas, de tal manera que terminamos hablando de su matrimonio y de cómo se había ido al traste. Él me dijo que si podría hacerle un favor, a cambio de que me contratara sin antes entrevistar a otra gente, y yo acepté.
Me dijo que quería que María José muriera y quedarse él con su hijo. Yo le dije que ya había estado arrestado por atracos y que no quería volver a cometer un error así en mi vida, pero se enfureció con mi respuesta y sacó de un cajón un revólver y me apuntó directamente a la cabeza, amenazándome con que si no mataba a su mujer me iba a buscar a mí. Entonces tuve que aceptar el trabajo por mi vida. Nunca pensé que fuera a hacerlo, pero me lo puso muy difícil. Tenía mi dirección, sabía donde trabajaba, lo sabía todo sobre mí ya. Así que no tenía otra opción. Firmé el contrato, del que no me quiso dar copia hasta que no le confirmara que había cumplido mi misión, y me puse manos a la obra.
Escribo esto después de haber cometido un homicidio, y como sé que me van a descubrir, y como ya no tengo nada que perder porque mi currículum es falso, no he tenido una vida apacible y no voy a llegar a ser empresario por mis propios medios, dejo esto en manos de la primera persona que lo encuentre, esperando que al fin, aunque yo termine encarcelado, comparta la celda con el capullo de Arnaldo Alonso.
Esteban Suárez.
Fue una impresión dura. Saber que su propio padre era quien había encargado el asesinato de María José, y encima haberlo abrazado agradeciéndole que estuviese con él, todo eso hacía que Edu se estremeciera. Lloró, sentado en el sillón de cuero que siempre utilizaba su madre para escribir sus bellos versos, ahora más que bellos, angelicales, en su recuerdo, y no supo qué más hacer.
–…esperando que al fin, aunque yo termine encarcelado, comparta la celda con el capullo de Arnaldo Alonso. Esteban Suárez.
El inspector jefe de homicidios dejó el cuaderno sobre la mesa de su despacho y advirtió al chico que tuviera cuidado. Era la mañana siguiente al descubrimiento del cuaderno, y Eduardo sabía que si se lo iba a quedar el inspector, no correría ningún peligro por volver a casa con su padre.