Ocurrió en Granada

El ferrocarril devoraba con ahíto el oxido de los raíles, como la bestia que despierta de un letargo. A su espalda, las tierras granadinas se fundían con el horizonte formando una acuarela abstracta. Las ventanillas, silbaban una tierna melodía al ser golpeadas por las lluvias de Agosto. Los rayos de sol, difuminaban una gama de colores en los cristales, permitiendo ver a su través, como las serpenteantes montañas anidaban el lienzo, dando forma al escarpado paisaje. Las rocas, inertes como el aire del ambiente, jugaban a ser sombra mientras observaban como el almendro deploraba su materia. Pero a pesar de todo, para Juan Antonio Quinares, toda aquella utopía paisajística iba perdiendo importancia conforme la resaca le permitía recordar lo sucedido aquel fin de semana…

“Era un viernes cinco de Agosto y aunque los parciales de la facultad habían acabado hace meses, Juan Antonio sentía un cuerpo jovial, sediento de noches narcóticas. Así que ese fin de semana tomó desde Madrid el tren a Granada, donde le esperaban Jorge y toda su pandilla. A Jorge lo conoció hace cinco años en un campamento de verano y desde entonces aquella amistad se ha ido avivando con el paso de los años.Era de noche y el ferrocarril silbaba una ausente melodía tarareada en la cabeza de Juan Antonio. Al oscurecer, las fauces de la bestia parecían amansarse. La ciudad iba quedando atrás, como una mancha de luciérnagas eléctricas desembocando en ninguna parte. El paisaje, inexistente en la oscuridad, era animado por los fugaces instantes de falsa vida que los faros del tren le concebía.Cuando llegó a Granada, Jorge le esperaba en la estación. Estaba apoyado en una farola sosteniendo un cigarro con los labios, sus tejanos ajustados y una camisa blanca evocaron a Juan Antonio la imagen de Jean Dean. A esas horas la estación estaba deshabitada, tan solo un vagabundo sosteniendo un cartón de vino custodiaba en silencio los secretos de la noche. Los dos amigos se dieron un fuerte abrazo y montaron en el renault5 de Jorge. Aquel coche era su misma imagen, por fuera limpio con una meticulosidad calculada al milímetro pero por dentro el caos lo reinaba todo. El ambientador contrastaba con las colillas consumidas hace dos décadas. En la guantera, una caja de condones vacía recordó a Juan Antonio lo fácil que es echar “una canita al aire” en Granada. Conforme avanzaban, la calle parecía estar desierta. Los plomizos edificios custodiaban a una ciudad que emanaba tenuemente de las farolas. Juan Antonio sintió una punzada de anhelo al recordar aquellas noches de lluvia, en los que recorría esa avenida sosteniendo una cogorza, apoyando toda su juventud sobre su amigo. Todo lo que Juan Antonio miraba, parecía dotado por el mágico toque de la noche. Las barbis de falso pelo apoyaban las posaderas semidesnudas en las esquinas, cobrando suspiros a quien se acercaba a jugar. Un perro callejero asqueado de ser sólo pellejo saqueaba con sorna un contenedor, obteniendo como recompensa una raspa de sardina. Un abuelito borracho abandonó la alcoba de la lucidez para buscar versos en el fondo de su vaso. A estas horas todo es distinto. El coche se detuvo delante de una fachada descorchada, situada en el casco antiguo, quedando a merced de los fantasmas del pasado. Los dos amigos bajaron del coche y subieron al piso.Aquella noche durmieron como lirones, ya que a la mañana siguiente les esperaba “la gran fiesta” en una casa rural.

Amanecía, pero como de costumbre, cuando el sol empezaba a alzarse, Juan Antonio sentía que el día ya era demasiado viejo para él. Aquella sensación la achacaba a su afición por vivir de manera acelerada, adelantándose siempre a su época.Se levantó bostezando y con su inseparable erección matutina. Abrió la ventana y observó Granada haciendo tiempo para que su pequeño amiguito se batiera en retirada y le permitiera orinar. La ciudad era acariciada por el sol, bañándolo todo en estelas de cobre líquido. A sus oídos llegó el acordeón del gitanito de la esquina, adquiriendo aquel amanecer un matiz melancólico. Cuando salió de la habitación, Jorge engullía una tostada con mermelada. En silencio, Juan Antonio se sentó a su lado sirviéndose un vaso de zumo y los dos desayunaron con la mirada fija a una televisión apagada. Pero aquel silencio matinal fue roto por los constantes bocinazos de Perico “el Puros”. Perico tenía la misma edad que Juan Antonio, pero por su extremada delgadez y la conservación del acné juvenil, parecía no envejecer. En su mano descansaba una lata de cerveza medio vacía y cuando nos vio, abrió la puerta del maletero, blandiendo la sonrisa de mayor satisfacción conocida por el ser humano.

— ¡Chicos, aquí hay 650 latas de cerveza! , ¡Ya veréis que fin de semana…! Conforme hablaba, sus ojos se tornaron hacia un horizonte lejano.En el coche se encontraba también Bécquer. Ocultándose tras una gafas de sol, perennes en su rostro, estaba deleitado por los punteos de Black Sabatt en paranoid. Bécquer era un chico menudo, con una melena lacia de cabellos rubios. Nunca hablaba, tan solo para hacer la contra o para dejar caer alguna frase ilustre. Dentro de una semana cumplía su quinto año sabático y mataba el tiempo fumándoselo en papel de arroz.Los cuatro montaron en el coche de Perico dirigiéndose a las afueras de Granada. A medida que atravesaban el centro llegaron a la conclusión que entre los paneles de información de tráfico y ellos, había un concepto muy distinto de “fluidez”. El tiempo transcurría entre pitidos, humo y punteos de guitarra, hasta que la ciudad quedó atrás, envolviéndolo todo la meliflua escena campestre.La casa se encontraba en un lugar bastante apartado, inconsciente de la mundanal existencia y el estrés. Cuando llegaron, Felipe, el único de la pandilla que compaginaba la vida llena de excesos con la vida sana, estaba lidiando con los cables del equipo de sonido. Felipe, alto y delgaducho, sonrió al verlos bajar del coche y Perico le entregó una lata de cerveza. También estaba Jesús Pelayo, el rey del vocablo antiguo e inaudito, era un tipo vivaracho y hablador, portando un buche cervecero. Y Borja, estrenando sus nuevas raptas, como una azotea de juncos postrados sobre el “Guardiana”.Por fin el equipo empezó a emitir sonidos descompasados para romper con “Ginebra Seca” de Burning. El chiringuito estaba montado y Perico “el puros” repartía cerveza con movimientos ágiles, casi felinos”

— Por favor, ¿me puede decir la hora? Una voz hizo volver a Juan Antonio a la realidad de su origen, miró a su alrededor captando que el paisaje había cambiado. Las tierras granadinas se habían esfumado, ocupando su hueco la llanura infinita. Un destello de sol impactó sobre sus pupilas haciéndole pestañear. Delante de él, una mujer mayor lo miraba como si esperara una respuesta.

— ¿quería algo, señora?

— La hora por favor

— Si… las siete y media

— Muchas gracias.

La anciana volvió a su asiento. El tedioso traqueteo del tren era acompasado por un incesante tecleo del empresario con traje y corbata. Procesaba a velocidad terminal un sinfín de datos incomprensibles. Por su expresión, todos los gráficos adquirieron forma de dólar, ya que esbozó una triunfal sonrisa.La joven del asiento de atrás, se sumergía en la “Pasión Turca” de Gala mientras enroscaba y desenroscaba hebras de cabellos con su dedo.De repente todo se iba quedando a oscuras a medida que el tren era engullido por la boca de un túnel. Aquella oscuridad hizo que Juan Antonio volviera de nuevo atrás, a la noche del sábado…

“El día se extinguió mansamente, quedando como único testigo el sueño alcohólico que impregnaba el ambiente. La pandilla estaba al completo, ya que después de comer, hicieron acto de presencia Vicente Aranda y Paco. Vicente era un músico de naturaleza casta, pues tocaba el oboe con las cañas que tallaba su propia navaja, era un muchacho nervioso y aficionado a todo lo relacionado con el mundo del Rol. La leyenda narra que escondía en el desván una Katana samurai, para desenfundarla el dia del juicio final. Paco era boxeador, un púgil que se hacía llamar “el potro de la venta el pino”. El azul cerúleo de sus ojos ocultaban a un gran bebedor, pero para definir a Paco, bastaría tan solo remontarse a tres adjetivos: “Feo, fuerte y formal”.Eran las nueve y esa noche sobre las doce habría un eclipse de luna. Felipe apagó la música para decir algo.

— Escuchad… me acaba de llamar mi prima, ella y sus amigas vienen de camino. Brindemos porque de este triste campo de nabos, brotará un puñado de orquídeas.

Todos alzaron un fuerte grito que desembocó en largos tragos de cerveza.Media hora después, un vehículo se detuvo frente a la entrada y tras unos segundos de silencio las chicas entraron, amparadas por unas tímidas sonrisas mientras saludaban a la gente. Juan Antonio, sufriendo un gran ataque de inseguridad, solo acertó a soltar un par de comentarios torpes y pomposos.La fiesta estaba asegurada en esa noche rasa de verano, donde el termómetro oscilaba los treinta grados. Felipe, con el fin de animar el ambiente, trasladó el equipo de música a la piscina y así, con la música y un abanico de licores, la fiesta comenzó. En el ambiente la despreocupación bailaba con las risas y los chistes de Paco. Perico, Bécquer y Felipe se enlazaron en una conversación sobre mecánica en las que Bécquer tenia todas las de perder. Vicente y Jesús escuchaban sin decir nada conteniendo la risa. Jorge les estaba robando el corazón a todas las chicas.Pero Juan Antonio, permanecía apartado, tumbado en una silla y disfrutando de cada nueva calada que le ofrecía su cigarro. En la radio empezó a sonar “Smoke on the Water” y entonces por primera vez, se fijó en ella.La figura de Sonia se materializaba conforme salía del agua. Su cuerpo mojado, destilaba movimientos pulcros, aterciopelados. Juan Antonio la contemplaba de arriba abajo, derrapando en cada una de sus curvas sinuosas.Sus ojos, dos medias lunas, emitían un brillo virginal. Los morenos cabellos, rizados por el agua, revoloteaban en el aire mientras caminaba, posándose finalmente sobre sus hombros. Parecía que su cuerpo se mejiera sobre una melodía que solo Juan Antonio podía escuchar.Se sentía extraño, con unos fuertes pinchazos sobre el pecho, nunca antes se había sentido así. Y en ese mismo instante, cuando ella le miró, el supo que se había enamorado. Jamás había creído en el amor a primera vista y ahora era presa de su propia contradicción.Sin darse cuenta, no había parado de mirarla, convirtiendo su cuerpo en las dimensiones del teatro. Ella también lo miraba y empezó a caminar hacia él. Cada vez estaba más cerca y justo en el momento cuando casi podrían rozarse aparecía Perico. — ¡Juan Antonio! Mira lo que hago con la pierna.Perico se lanzó al suelo y colocó una de sus piernas sobre su cabeza, imitando a un monje budista. Sus ojos mudaron a blanco, como si hubiera entrado en una especie de experiencia mística.Juan Antonio volvió la cabeza, pero ella ya se había perdido entre la gente. Durante toda la noche ambos se dedicaron miradas furtivas, subrayadas por un anhelo marchito que evitaba romper aquel muro invisible que los separaba.Él no sabía como actuar, nunca había estado enamorado, tan solo una pequeña colecta de corazones efímeros robados a alguna que otra chica, cuyo amor desembocaba en una noche de pucheros en pensiones inmundas.La noche se enroscaba sobre sí misma y las luces se apagaron. Era la hora del eclipse.La pandilla se tumbó sobre una gran explanada mientras miraban al manto de estrellas. Juan Antonio, estaba ensimismado en el cielo, como si todo fuera acabar en el eclipse y notó que alguien se había tumbado a su lado, Era Sonia. — Te gustan mucho las estrellas, ¿eh?—Su voz era dulce, bordada por finas hebras doradas.— ¿eh?…sí, no se que me pasa, pero siempre que las veo me quedo embobado. —Ella sonrió.— A mi también me gustan mucho. Siempre me pregunto de donde vendrán.— Cuando tenía 6 años, mi abuelo me dijo que el cielo por la noche era el teatro de los sueños. Ya que cada una de esas estrellas es un sueño pedido por alguien, y en el mismo momento en que se cumple, esa estrella abandona el cielo en forma de estrella fugaz.— Eso es muy bonito…— Ya, pero cuando tenía 12 años, en el instituto me hablaron de un tal “Big-band” y se fue todo a la mierda. ¡Para que veas como es la vida!Ella empezó a sonreír. Su risa era perfecta, como doscientos ángeles acariciando su arpa. — Oye. ¿tienes calor?— dijo mientras tocaba su frente.— Muchísimo, me cuezo en mi propio jugo.— ¿Nos damos un baño?— Eso está hecho. Los dos subieron a la piscina y se zambulleron en las cristalinas aguas. La luz apagada estimuló a los grillos que ejercían de tuna. Sonia nadó hasta un extremo de la piscina y Juan Antonio la siguió. Ella se acercó a él y pillándolo desprevenido lo rodeo con sus piernas trayéndolo a su lado. Y a partir de ahí, en lo que todo era incierto, una luz encandiladora derramó sobre ellos la única realidad posible. Los dos se besaron rozando sus cuerpos. Juan Antonio se consumía lentamente por el inextinguible fuego de sus labios, recorriéndolo su saliva por todo el cuerpo como un dulce brebaje. Mientras se estaban besando, abrió un ojo y sobre sus cabezas surco una estrella fugaz.El aire comenzó a enroscarse en gélidas costuras almidonadas. Los dos tiritaban de frío, pero el clima no era rival para su danza eléctrica. Ella paró un momento, lo miró y en silencio se abrazaron.Juan Antonio, enjaulaba en su boca un “Te quiero”, pero antes de que pudiera liberarlo, la luz se encendió. Bécquer y Vicente, los miraban mientras se consumían en sus propias carcajadas. Al oírlos, todos los amigos acudieron a su alrededor y empezaron a aplaudir. La música volvió a sonar y Perico repartió las últimas cervezas que quedaban”. Un golpe en los bajos del vagón desvaneció la escena. Juan Antonio miró de nuevo a su alrededor, ya estaban llegando a Madrid. El crepúsculo dejaba que el sol diera la última caricia a la ciudad y la lluvia había cesado. El tren empezó a perder velocidad justo cuando Sonia comenzó a despertarse. Había dormido durante todo el trayecto sobre el hombro de Juan Antonio. Sus ojos, como dos cristales húmedos, empezaron a empañarse mientras miraban a su alrededor desconcertados. Al encontrarse con la mirada de Juan Antonio, sonrió y le besó. Él todavía estaba eufórico. Antes de que amaneciera, mientras yacían desnudos en un lecho improvisado, él, le propuso que se fuera una semana a Madrid y sin pensárselo, ella aceptó. Juan Antonio miró por última vez el paisaje a través de la ventanilla, Sonia se abrazaba a su hombro y mientras el último destello de sol acariciaba su rostro, terminó de analizar todo lo sucedido, recordando una frase del gran Calderón de la Barca: “Cuando el amor no es locura, no es amor”.

1 comentario en «Ocurrió en Granada»

  1. Muy ingenioso tu relato. Un argumento muy bueno. Además, se nota que te gustan los grandes -La Pasión Turca de Gala, el muchacho llamado Bécquer, la frase de Calderón-. Felicidades. Me alegra que haya otro compañero más que se atreva a escribir en este blog.

    Saludos

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