No había una vez
No había una vez una habitación de cristal que brillaba con el reflejo de la luna llena, ni una luz magica que iluminaba el bosque lleno de hadas que se desparraman sigilosamente entre las copas de los árboles para desencadenar sus tenues melodías y enamorar a los aldeanos y aldeanas de la comarca.
Había esta vez una casita de madera, chapas y plásticos levantada precariamente a la orilla de la estación de ferrocarril del pueblo.
Joaquín, siempre prolijo, aseado, con mocasines lustrados y camisa abrochada hasta el ultimo botón, tiradores marrones haciendo juego con los zapatos y flequillo para el costado izquierdo pasaba por ahí todos los sábados a la siesta por que le quedaba de paso para su maestra particular de matemáticas. El nunca se llevó bien con los números y desde primer año del secundario debió parir esa materia todos los jueves desde las nueve y diez de la mañana hasta las diez y treinta que sonara el timbre y lo salvara de la inaguantable cara de monstruo mal engestado que Joaquín advertía en el rostro de su profesora.
Cada vez que atravesaba aquel pasillo entre la estación y la casita de madera, chapas y plásticos del ferrocarril veía a los niños que vivían allí jugar payana; al fútbol con una pelota de plástico rota que tenían que meterle la mano por la abertura cada dos por tres para remodelarla cuando se machacaba hasta perder la forma de circunferencia típica de una balón; veía también como las dos nenas mas chiquitas de la casa se la pasaban haciendo formitas con barro y palitos.
Un día, de vuelta ya de su clase particular de matemáticas Joaquín vio que bajo la sombra de un paraíso que aquella familia utilizaba de media sombra durante los días de excesivo y pegajoso calor había una mesita con un ajedrez de madera tallada, un mate y una pava mitad negra de hollín y mitad gris brillante. La mesa estaba rodeada por dos banquetas, una recibiendo el peso de Jorge, el padre de los niños que jugaban a con la pelota de plástico moldeable y de las niñas que jugaban con agüita y tierra y se llenaban las uñas de barro. La otra banqueta estaba vacía, como esperando a alguien.
Joaquín miró como Jorge estaba concentrado en cada una de las piezas del tablero, miraba las blancas y las negras también las custodiaba, entonces colmado de incertidumbres se acercó el niño y preguntó:
– Disculpe que lo moleste pero ¿esta jugando solo al ajedrez?
– No nene, todavía no estoy tan ido… Estoy viendo si las piezas todavía siguen iguales
– ¿Las fabrica usted?
– Las fabricas vos! Tratáme de vos no de usted pibe, que me haces sentir un viejo
– Perdón, ¿las haces vos?
– Si si las hice yo, y a la mesa y a las sillas y al mate y a los arquitos que usan mis hijos para jugar a la pelota.
– Que interesante, son re lindos
– Gracias, igual hace mucho que no hago trabajos, desde que no esta mas el muchacho con el que teníamos la carpintería no hice ningún trabajo
– Ah, ¿falleció?
– No, ojalá hubiese sido eso, no estaría yo acá! Podes creer que me cagó? Amigos desde chicos y me estafó con el negocio y se llevo todo, ahora tiene una carpintería en Buenos Aires. ¿O pensás que estoy acá por que me gusta?
Jorge suspiró y esos dos segundos parecieron horas para Joaquín que con la inocencia de un niño que era no supo que otra cosa que hacer que seguir preguntando.
– Perdón, ¿Cómo era su nombre?
– Nene.. ¿que te dije?
– Perdón, tu nombre.
– Jorge, me llamo Jorge, como Cafrune. ¿Vos no lo conoces no? Un músico, un gran músico.
Comenzó a silbar una zamba del cantautor.
– No, la verdad que no se quien es. Che, Jorge ¿y vos sabes jugar al ajedrez?
– No soy a ajedrecista pero juego, ¿hacemos uno?
Comenzaron la partida y Joaquín comenzó a contarle un poco de su vida, su nombre, donde vivía, que estaba terminando el secundario, que se quedó un año por que matemática y física se vuelven insostenibles con la misma profesora, que al año siguiente cuando cumpla los dieciocho iba a empezar a trabajar en la empresa del padre y que ahora él estaba viviendo con su madre y el novio de ella, pero que se quería ir apenas cumpliera la mayoría de edad y en medio de tantas confesiones se le comenzaron a humedecer los lagrimales.
– Eh, pibe ¿que pasa? Si querés te dejo que me comas la reina. Le dijo Jorge mientras sonrió tiernamente y le acarició la cabeza para levantarle el ánimo.
– Gracias Amigo, pero nunca había hablado esto con nadie y me acongojé, perdón!
– Nene, es como la cuarta vez que me pedís perdón, déjate de joder y preparate que vamos a tomar unos buenos mates.
Entre mate y mate se fueron conociendo un poco e intercambiaron historias que por más de ser vecinos y vivir a unas diez cuadras de distancia jamás habían sabido.
El sol se escondió detrás de las sierras y llego la hora de la cena.
Por supuesto que Joaquín fue el huésped de honor aquel día y el plato mas abundante de guiso de lentejas fue para él.
– Come nomás amigo, que con este platito se te va el frío y te viene el sueño. Ah, y no esperes a que recemos, creemos en Dios pero nunca le agradecemos, lo usamos solo para pedirle cositas
Mientras cenaban y escuchaban la radio Jorge le fue presentando cada uno de los integrantes de la familia. Clara, su mujer, que trabajaba durante la mañana en la casa de una mujer cuidándole los niños.
Male y Sil, las dos mas chiquitinas y mellizas que iban al jardín. Jorge el más grande, que lleva el nombre de su padre y de su abuelo que estaba terminando el secundario y Marquitos, el mas inquieto de los cuatro, que entrenaba en un club por que tiene virtudes de futbolista y que pasaba a quinto grado con suerte.
Mientras pelaba la mandarina que le había tocado de postre las luces de un patrullero se veían por la ventana de la casa.
– Otra vez la cana,¿ que quieren ahora? Ahí vengo chicos. Dijo Jorge y salio a ver que pasaba.
A los gritos, la madre de Joaquín entro a la casa
– ¡Donde está, donde está! ¡Me dijeron que lo vieron acá! ¡Ay! ¡Acá estas hijo mío! ¿Que te hizo, que te hizo? ¿estas bien?
– ¿Que me hizo quien? ¿Que te pasa mamá? Me quede a cenar acá, él me invitó y yo acepté!
– ¿Como que vos aceptaste? ¿Y a vos te parece? ¡Decíme por que!¿ por que te quedaste a cenar acá y no fuiste a casa? ¿Qué te falta?
– Ves los platos sobre esta mesa de madera? ¿Ves que no esta mi plato solo? Hubo una conversación entre bocado y bocado mamá, cosas que en casa siempre faltan. ¿Ves estas niñas mamá?¿Ves estos niños mamá? ¿Ves esta familia mamá
La mujer desesperada pego media vuelta sosteniéndose la cara con las palmas de su mano, se subió al patrullero se fue quien sabe a donde… quizás a su casa
Joaquín terminó de comer su mandarina.
Escondida en la copa del paraíso, un hada desencadenó una tenue melodía aquella noche estrellada y ventosa.