Louisa May Alcott fue una autora que nos brindó durante nuestra adolescencia amores que pensábamos que eran perfectos, todos concluían en la plena felicidad matrimonial, o mejor dicho, el matrimonio era en sus relatos un estafo perfecto, y en el se podían solucionar todas las imperfecciones de nuestra vida y se dejaba ver una inclinación casi ética al sufrimiento en donde nunca faltaban enfermedades, guerras, distancias.
Al final de la novela Señoritas (Good wives) que fuera la continuación de Mujercitas (Little women) las hermanas Meg, Joy y Amy March estaban casadas y en cierta ocasiones, estando ellas reunidas hicieron un balance de su presente vida matrimonial, a la luz de los sueños del pasado y a sus castillos en el aire:
– Nunca más debo llamarme “la desdichada Jo” puesto que mis deseos se han cristalizado en una forma tan maravillosa –exclamó la señora Baher, sacando el puñito de Teddy del jarro de la leche.
– Y sin embargo, tu vida es muy distinta de laque te trazaste años atrás. ¿Recuerdas nuestros castillos en el aire?, preguntó Amy, sonriendo mientras contemplaba a Laurie y a John que jugaba al cricket con los niños.
– Sí, los recuerdo, pero la vida que en ese entonces ansiaba se me antoja ahora egoísta, solitaria y fría –contestó Jo-. Aún no he abandonado las esperanzas de escribir un gran libro, pero puedo esperar y estoy segura de que será mucho mejor gracias a las experiencias que recojo diariamente-. Jo señaló al grupo de chiquillos que jugaba acierta distancia de su padre, apoyando en él. Brazo del profesor, mientras caminaba de un lado para otro bajo la caricia del sol, sumidos en una conversación que ambos disfrutaban.
– Mi castillo es el que se realizó con más similitud que el de nadie. Pedía cosas maravillosas, pero en el fondo de mi corazón me daba cuenta de que me conformaría con un pequeño hogar, con John y con los niños maravillosos como éstos –expresó Meg, poniendo una mano sobre la cabeza de su hijo, con el rostro inundado de felicidad.
– Mis castillos es muy diferente en la realidad, pero no deseo alterarlo, aunque, como Jo, tampoco renuncio del todo a mis aspiraciones artísticas. Empecé a modelar la figura de un bebé y Laurie dice que es lo mejor que he hecho. Pienso llevarla al mármol para que, suceda lo que suceda, pueda conservar la imagen de mi angelito.
Mientras Amu hablaba una lágrima cayó sobre la cabeza del infante que dormía en sus brazos, porque su hija bien amada era una criatura muy débil y el temor constante de perderla era la única nube que empañaba el horizonte de Amy (…) No debería desesperar, porque los tengo a todos ustedes paras consolarme. Por otra parte, Laurie alivia todas mis cargas –replicó Amy con calor-; por eso, a pesar de mi cruz, puedo decir como Meg: “Gracias a Dios soy una mujer feliz”.
Este articulo cuenta con un fragmento del capitulo Tiempo de cosechar de Señoritas de L.M.Alcott.