Estoy listo para marcharme, para salir de esta ciudad que me vio nacer, me vio sonreír en la infancia y llorar de amor en esta juventud, una ciudad que cambia de faz dependiendo de la persona que la observa, hoy la veo triste, una ciudad que llora la ausencia de sus hijos, que llora los amores extraviados, y esta melancólica por los recuerdos de este último hijo que se le escapa. Hoy la ciudad llora.
El claxon estrepitoso llama a la puerta. Afuera el taxista limpia su parabrisas despegando la delgada capa de hielo que se ha formado. ¿A dónde lo llevo? pregunta el casi anciano chofer. Ahí de pie, en el umbral de mi casa, con la maleta en mi mano, reflexiono en esa pregunta, ¿a dónde voy en realidad?, ¿podré acaso mudarme de este planeta? viajar hasta lo inimaginable con tal de salir de donde estoy. ¡La central de autobuses!, digo en palabras firmes mientras abordo el vehículo.
La ciudad sigue llorando, lo noto en este recorrido que parece interminable, las calles, las luces, las casas de una ciudad mía. El frío escurre por los cristales, mi vida escurre por mis penares, mientras más resuena el ruido del motor del taxi, más vibra mi angustia de dejarte, más sin embargo ya está decidido, si la vida cambia, cambiaremos todo. Las luces parecen extinguirse en este callejón oscuro, solo las hembras emanadas de la noche fría, ofrecen sus amores, ante los faros que se mueven es triste su mirar, en una noche escasa de clientes. Al fin llegamos al primer destino. La central.
Autor: Martín Guevara Treviño [Desprenderse al abismo]
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