Hace un poco más de tres días que nos golpea el invierno, el frío cubre el territorio, parece estar circulando por las venas. Es un frío envolvente que arrastra la melancolía y congela las lágrimas en las mejillas. Invierno en los sentimientos.
Esta noche lo he decidido, mientras vacío el ropero, doblo impecablemente mi ropa para depositarla en la maleta que esta sobre mi cama, tienen que caber muchas cosas, será un viaje largo, tan largo que no sé cuando volveré, estaré lejos de este frío, lejos del hielo que atormenta y que hiere a la memoria. Guardo pulcramente mis cosas personales, meto pasta dental y cepillo, en los pequeños departamentos de la maleta, por fin está lleno de todo lo necesario para el viaje.
Me veo quizá por última vez en ese espejo que todas las mañanas reflejó mi vida, mi miseria y mi riqueza, ¿quién más que ese espejo pudo conocerme bien? Cada vez que me reflejaba en los distintos acontecimientos de mi vida, en las pláticas secretas con él, donde su reflejo me daba la respuesta más acertada, ese espejo con quién hablé de su amor y desengaño… Ahí esta mi figura otra vez, quizá por última vez.
Es hora de partir, el boleto del autobús marca salida a las 11:30 p. m., acaban de dar las once, ya es hora de partir. Respiro profundo un aire helado que enfría mi interior, y por último anexo a mi equipaje un enorme costal de sueños, y los recuerdos tristes que no puedo evitar se escabullan dentro también.
Autor: Martín Guevara Treviño [Desprenderse al abismo]