(Recorrí todo el hospital y la única actividad que encontré fue el sonido intermitente de un teléfono descolgado. Algo extraño había pasado)
Salí a la calle y la imagen fue desoladora, los plomizos edificios que custodiaban mudamente la ciudad parecían un jardín de girasoles mustios sin la más mínima señal de vida en su interior. La única actividad que encontré fue un sinfín de papeles revoloteando por las calles. La ciudad parecía más vieja, sólo se escuchaba el silbar del viento, los árboles en los parques estaban mustios y todas las flores secas. Caminé calle arriba con la única compañía de la sombra de mi sombra. Parecía que habíamos sido atacados, o que la ciudad había sido evacuada por algún peligro inminente.
De repente oí un murmullo que rompía el silencio, cada vez era más fuerte, miré hacia atrás y pude ver como una multitud de gente caminaba hacia mí. Cada vez estaban más cerca, pasaron por mi lado como si no me hubieran visto. Todos los comercios parecían despertar del insomnio estival mientras los coches adornaban el ambiente en ceniza espesa. Me sentía presa de una situación bastante surrealista, yo con el pijama del hospital en medio de una multitud de zombis cuyas miradas me evitaban o simplemente ni se percataban de mi presencia. Nadie sonreía, la verdad es que no destilaban gesto alguno, parecían seres inertes con una mínima capacidad de movimiento. Un hombre de aspecto aguileño pasó por mi lado y le sujeté del brazo.
– ¿Qué está pasando aquí?
Ni siquiera me miró, sus ojos cavernosos e hinchados seguían mirando al frente, lo solté y emprendió la marcha de inmediato. Empecé a asustarme y a temer que todo eso se trataba de una pesadilla o quizás…sí, seguro que era eso, la operación debió salir mal y había muerto encontrándome ahora en una especie de purgatorio para las almas errantes. Un lugar donde los recuerdos se marchitan y el tiempo los arrastra hacia el abismo del olvido. Supongo que ese era mi destino. Ahora sólo queda esperar a que mis sesos se sequen y mi alma se una a la de estos infelices. Mientras descorchaba todas mis ideas, me di cuenta de que la calle volvía a estar desierta. Quizás toda esta gente se dirigía a una conferencia para “superar la muerte” impartida por la virgen de Fátima o simplemente pasaron a otro nivel del cielo o infierno, porque sinceramente no podría decir con certeza donde me encontraba.
Empecé a caminar lentamente esperando a que mi mente se convirtiera en cuajada deteniéndome en todos los escaparates vacíos. En uno de ellos aprecie un cartel donde descansaba una foto de un televisor con el eslogan “AHORA”. Yo hubiera preferido aquella frase Dantesca: “los que habéis llegado hasta aquí, perder todo tipo de esperanza”. Seguí caminando con los silbidos del viento conspirando a mis espaldas. Entonces escuché un ruido, me di la vuelta pero no había nadie. Pero al doblar la esquina algo me golpeo en la cabeza. Me giré y no lo vi venir, tan sólo sentí un fuerte golpe y como todo a mí alrededor se nublaba. Finalmente caí inconsciente en el suelo.