El reloj marcaba las nueve y la habitación parecía más pequeña de lo habitual.
Hacia tan sólo un momento que se marchó. No quiso probar la cena. Según dijo, se le había pasado el apetito y se fue dejando una sensación helada en mi cuerpo.
Ahora miro sus fotografías, mis fotografías, y empecé a recordar aquella época en la que éramos felices. Había llovido mucho desde entonces y en su memoria parecía no quedar hueco para el recuerdo. Al contrarío que él, yo vivía atrapada en la melancolía de las épocas.
“Puede cambiar” me repetía una y otra vez, después de cada fracaso, de cada derrota, consternada por la fragilidad de la vida y por como el día a día se convierte en un naufragio vaporoso sin isla secreta.
“Le conocí un 20 de noviembre, cuando la ciudad adquiría aquel matiz evocador del otoño. Yo hacía footing entre un manto almidonado de hojarascas sintiendo como la brisa arrastraba presagios de invierno. Él caminaba envuelto en su poesía, contemplando el paisaje con una mirada ausente, intentando atrapar en la cabeza cuanto le rodeaba para luego trasformarlo en un precioso cantar. En un momento indeciso nuestros cuerpos chocaron y los dos caímos al suelo acompañados por una fina lluvia de versos sin terminar. Al principio le reproche su falta de atención, pero dos segundos mas tarde, caí atrapada en su aire indiferente. Una especie de red que me desnudaba con la mirada y penetraba en los lugares más recónditos de mi alma. Esa tarde acabamos tomando café, y al día siguiente otro, y después otro y así hasta que un día, nos besamos y nos prometimos amor eterno. La boda no se retrasó demasiado ante la seguridad de nuestras miradas. Al darme cuenta me hallaba en Paris. La ciudad de los colores donde cada calle es un pétalo desgranado en las orillas del Sena. Parecía el lugar idóneo para la luna de miel. Yo, ataviada en las viejas costumbres, conservaba mi inocencia intacta, esperando a que en la noche de bodas se me fuera arrebatada por el hombre que también la enterraría. Entre las sabanas de seda y almohada de plumas quede desflorada por una inagotable danza eléctrica que se propagó hasta que la persiana dibujó los primeros despuntes del alba.Encontré entre sus brazos una protección y un calor suficientemente prósperos como para quedarme en ellos toda la vida. El era poeta e inmortalizó aquella noche con cinco versos que llevo tatuados en el alma”.
Ahora vuelvo a la habitación, a la realidad. El crepúsculo avanzaba con zancadas de tinta china extinguiendo al sol que languidecía en el horizonte. Eran los últimos días de verano y la ventana luchaba por arrancar pequeños suspiros de brisa. A pesar de que un calor insoportable derretía la alcoba, estaba tiritando de frío, como agüero de un final próximo. Todo seguía en silencio, tan solo el tic-tac del reloj y el constante goteo del grifo rompían aquel estado comatoso en el que se encontraba la habitación. No pude evitar soltar una lágrima sintiendo un escozor en la mejilla y un alivio en el alma. El teléfono sonó, con esa forma que tienen de sonar los teléfonos cuando nadie lo espera. En un sin fin de esfuerzos intenté cogerlo, arrastrarme hasta él, pero me hallaba anclada en el pasaje helado que Luis dejo cuando se marchó. Laura, mi hija, se asomaba por la puerta. Sentí como su mirada se clavaba en mí, como quería acercarse y algo la tenía paralizada impidiéndole cualquier tipo de movimientos. De sus ojos empezaron a brotar un sin fin de preguntas de las cuales nunca existió la respuesta. Y la recordé muy joven, tan joven como cuando tenía sus primeros minutos de vida…
“Laura nació en primavera en un abril de despertares. Fue un parto fácil sin complicaciones. La matrona la puso entre mis brazos y pude sentir su cuerpo acuoso, su respiración e incluso los pequeños latidos de vida en su interior.A Luis le habían publicado su tercera novela, un “best séller” con el que podíamos permitirnos una vida llena de lujos y las mayores comodidades del mundo. A si que decidimos que era el momento perfecto para tener nuestro primer hijo. Y allí estaba ella, un pequeño milagro. Con sus mofletes sonrojados y su mirada diáfana había llenado de alegría nuestras vidas, todo era perfecto”.
El teléfono volvió a sonar hasta que su timbre se fue convirtiendo en un eco diminuto, absorbido por la plenitud de la noche. ¿Sería él?, él nunca llama, dejó de hacerlo hace tiempo cuando todavía sentía aquella sensación tibia y vulnerable que produce el amor. La lágrima que conservaba en la mejilla se fue convirtiendo en un torrente salino al seguir recordando. ¡Solo recuerdos!, un puñado de malditos recuerdos es el resultado de años y años desgastados. Recuerdos que siempre desembocaban en la misma pregunta ¿Por qué? ¿En qué nos equivocamos?…
“Cuando Laura cumplió cinco años nuestra vida dio un giro inesperado. Luis solía beber un vaso de vino por la noche antes de caer pensativo ante su ordenador donde desgranaba de su mente las brillantes metáforas de la vida. Pero algo iba mal, aquel vaso empezó a convertirse en dos, y luego en tres, hasta que dos botellas no eran suficientes para poder alcanzar el paraíso de la semántica en el que siempre había reinado. Se volvió derrochador y hosco. Nunca paraba por casa, y en la editorial, cansados de recibir un puñado de obras mediocres decidieron que su contrato había llegado al fin. Esa fue la gota que colmo su vaso. ¡Más vino María!, aquella frase había sustituido los distintos apelativos con los que solía llamarme. Comía y dormía en los bares, gruñía en casa y vomitaba en los parques. Esa era su vida. La cuenta corriente rozaba los números rojos, nos comían las facturas. Poco a poco todos los lujos de la casa fueron empeñados para poder soliviantar los gastos, hasta que un día el banco se cobró la deuda y nos echaron de casa. Nunca olvidaré aquella noche que pasamos en la calle acurrucados entre mantas e insomnio.Después de reclamar los derechos de autor, Luis, consiguió dinero suficiente como para alquilar un pequeño apartamento situado en los arrabales del mundo.En esa situación, no tuve mas remedio que ataviarme en los hábitos del delantal y recuperar el viejo menester de mi madre en una empresa de limpieza. Ahora las novelas, las conferencias y los Daiquiris en Manhatan ya no significaban nada, tan solo un pellizco de épocas mejores”.
Sentí un fuerte pinchazo en el costado y la habitación parecía hacerse más pequeña por momentos. Laura seguía mirándome sin acercarse. Yo intentaba transmitirle dulzura con la mirada, luchaba por concentrar toda la ternura que una madre puede tener para hacérsela llegar en bocanadas de aire calido. La noche ya se había cobrado completamente al día, y el trajín rutinario parecía ahora una estela de cenizas que alimentaban las llamas del crepúsculo. Cada vez estaba más débil y el pinchazo de mi costado se disipó para dar paso a la derrota…
“Una noche Luis no vino a dormir. Estuvo dos días sin aparecer, sin dejar señal alguna de su paradero, hasta que la policía lo acompaño a casa de madrugada. Vino con la cara ensangrentada y con olor a vino en la ropa. No me atreví a preguntarle de donde venía, tampoco quería saberlo, lo único que hice fue darle una ducha y prepararle un plato de sopa. Mientras comía yo le observaba intentando controlar aquella tormenta de preguntas que me corroían por dentro. Hasta que una se me escapó. “¿Dónde has estado?”. Aquella pregunta sonó como un relámpago dejando en el ambiente su quemadura. Luis paró de comer y se levantó de la silla. Comenzó a observarme. Su mirada no transmitía nada, solo era una mirada más, un echo casual entre los adornos de la casa. Se dirigió hacía mí. Seguía sosteniendo aquella mirada sin luz, y al posarse a mi lado me pegó un bofetón, y luego más, hasta que acabé en el suelo inconsciente con el sabor amargo de la sangre en mi boca.Al día siguiente descubrí en el hospital que la nariz y las dos costillas rotas fue un mal golpe en las escaleras.Tarde dos semanas en recuperarme y obtener el alta. Luis había estado todo el tiempo a mi lado, llorando, pidiendo perdón por haber perdido así el control. “Esta vida me está volviendo loco, no volverá a suceder”, esas eran las únicas palabras que repetía una y otra vez. Le perdoné, no se si fue por amor o simplemente por lastima, la cuestión es que le perdoné y los dos volvimos a casa. La primera semana tras mi recuperación, Luis volvió a ser aquella persona atenta y cariñosa que un día me robó el corazón, incluso había encontrado trabajo como corrector de guiones y por fin aportó un poco de dinero a casa. Una noche fuimos a cenar, para celebrar su nuevo trabajo. Me llevó al mejor restaurante de Madrid y comimos ostras y bebimos champaña. “¡Como en los viejos tiempos!” decía acercando su copa a la mía, mientras que mi pierna acariciaba la suya por debajo de la mesa.Al salir del restaurante, pedimos un taxi y resultó que el conductor era un antiguo novio del barrio. Luis, sabía que aquel chico había sido mi primer amor y nunca se mostró celoso. Más bien se lo tomaba como una anécdota graciosa.El trayecto trascurrió en un suspiro mientras recordábamos viejas hazañas de antaño, cuando todavía la vida no era más que un puñado de sueños y el cuerpo un mundo inexplorado. Pepe, que así se llamaba el muchacho, seguía conservando la misma sonrisa que esbozaba de pequeño cuando me dio su primer beso.Nos dejó en la puerta de casa impidiéndonos pagarle la carrera y se marchó.“a sí que ese es el famoso Pepe, el que te dio el primer beso, ¿no?”, el tono de Luis estaba cargado de ironía y su mirada volvía a ser aquel cúmulo de sensaciones perdidas. De nuevo me golpeó, esta vez, un puñetazo en la nariz astillándome el tabique. Por suerte un policía hacía ronda por la calle y se acercó en mi ayuda.Pasó la noche en el calabozo hasta que al día siguiente obtuvo la libertad por no haber presentado denuncia. Y a partir de ese día, sus golpes fueron constantes. Ya no había besos, ya no había nada”. El sonido de las sirenas parecía romper el silencio de las calles. Ahora Laura estaba a mi lado, abrazándome mientras las lagrimas desteñían su rostro. Ya tan solo alcanzaba a recordar lo que había sucedido aquella noche. Hace tan solo un par de horas, hace tan solo un instante de vida…“Agotada de tantos amaneceres marchitos y de mil golpes, había decidido poner fin a todo. Cuando Luis llegó de trabajar se encontró con los papeles del divorcio sobre la mesa. Al principio solo acertó a sonreír, a pensar que se trataba de una broma, pero conforme observaba mi primera lágrima, su rostro pareció darse de bruces contra la realidad. “No Tengo apetito”, dijo y se sirvió tres vasos de vino. Miraba cabizbajo el papel, como si pudiera fulminarlo con la mirada. Tras veinte minutos sin decir nada y solo beber y beber se levantó y fue a la cocina.Nunca sabré como fue, tan solo recuerdo como se acercó a mí y sentí el calor helado del metal en mi costado. Los diez centímetros de hoja en el cuchillo fueron suficientes para mí y en ese instante comprendí que diez centímetros es la gran distancia que separa la vida y la muerte. Con la mano ensangrentada me dejó tirada en el suelo y se marchó dando un portazo”.
Las sirenas ya estaban en la calle. Su sonido oscilante penetraba en el silencio de la habitación. Miro a mi alrededor pero el mundo se hacía cada vez mas pequeño, hasta que la habitación perdió todas sus formas y entonces recordé su mirada. Esa mirada ausente naufragando en el denso mar de los sueños rotos.
Eres un genio, compañero. Me encanta tu forma de escribir y tus relatos. Enganchan desde el primer párrafo. Felicidades.
Por cierto, he visto ya en más de un relato -y te lo he citado- que utilizas un lenguaje metafórico, muy poético. ¿Escribes poesía, a parte de estos relatos? Yo escribo poesía y tengo un libro publicado de poesía, me gustaría que si escribes publicaras algo aquí. Estaría bien.
Saludos.
Muchas gracias Jorge.
Pues la verdad es que nunca he escrito poesía en serio.
Tengo algunos poemillas que he escrito para regalarselos a algún amigo o para robarle un beso a mi chica. Aunque es un proyecto que tengo en mente. De momento intento aprender de los grandes como Machado o Neruda.
No sabía que tenias publicado un libro de poesía, eso está muy bien. ¿como se llama? ¿donde lo puedo conseguír? me gustaría mucho leerlo.
Un saludo.
Me halaga que quieras comprarme un libro de poesía sin saber si soy buen poeta o no. De todas formas, algunos sonetos hay por aquí publicados de mi puño y letra.
El libro consta de treinta sonetos y se llama, por ello, La Treintañera. Puedes conseguirlo en http://www.lulu.com
No sé si eres de España, pero si lo eres, te diré que tengo un proyecto de 700 versos para publicarlo en Bubok, así que si quieres te avisaré cuando esté listo.
Muchas gracias por interesarte por mi poesía.
Un saludo
Hola Jorge.
Tu proyecto de publicar 700 versos suena muy ambicioso e interesante, la verdad yo no tengo valor para publicar nada, tal vez algún día lo haga. Te doy ánimos y te deseo suerte.
Gracias por la página donde venden tu libro, el hecho de que quiera leerlo sin saber si eres bueno o malo está en que para saber si un escritor es bueno, debes analizar su obra completa, no solo un fragmento. Pues pienso que en el libro se encierra la fragnacia entera del autor y eso es lo que te permite coronarlo o dejar de interesarte por él.
Ya te contaré.
Saludos compañero.