-¡No! -le grito su inconciente.
Lleva sus manos a sus oídos soltando la fotografía que se desvanece estrellándose en el piso, mientras ella se recarga a la pared resbalando lentamente por ella hasta quedar sentada en el suelo.
No se podía explicar, porque ocurrían cosas tan inesperadas; su hermana, ¿qué motivo pudo tener para cometer su propio crimen?
La angustia la oprimía, eran una misma; Candy se había marchado dejando sus sentidos en su hermana viva, desconociendo su propio destino.
Un rayo de sol se filtra por la puerta-ventana que daba al patio-jardín lateral con la calle pegando en la cara de Cindi, que despertaba de su sueño, ya que había pasado la noche dormida en el suelo, junto a la ventana. Lo primero que ven sus ojos cansados de llorar, fue la fotografía sobre el piso con el cristal roto. Arrastra su mano despacio hasta tomarla; la observa, llevándosela a su pecho escapando un suspiro.
La extrañaba y le dolía su muerte, a pesar de que Candy siempre recibió mayor atención por parte de sus padres, más caricias y más gestos de amor, los cuales no mostraban con Cindi. ¿Y entonces por qué lo hizo?, no se pudo contestar en ese instante tantas preguntas que rondaban su cabeza.
Sentía el deseo enorme de salir corriendo y soltar un grito desesperante para así liberar su espíritu lleno de confusión. Y es que a esa edad aparentemente en madurez, se sentía agobiada del “¿por qué?” de las cosas. Si su hermana lo tenía todo aún más que ella, que eran lo mismo: un rostro idéntico, ¿por qué la terquedad de sus padres en preferir solo a una sobre la otra? Tal vez eso que llaman “ángel”, eso que va más allá del cascaron, quizá Candy tenia un ángel más cautivador que la misma Cindi.
Autor: Martín Guevara Treviño
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