La puerta se abre dejando ver la sala de estar de aquella lujosa mansión. Cindi penetra cerrando con certeza, lanza una mirada fulminante a su alrededor… Todo estaba en completo silencio, Candy no se veía por ningún lado y empieza a llamarla a gritos. Cada vez más alarmada… Buscando por todas partes, le invade una preocupación asfixiante al comprobar que su hermana no responde por ningún sitio. Cuando abre la puerta del baño, ahí estaba tirada en el piso, bañada en sangre. ¡Se había suicidado cortándose las venas! a un lado del cadáver estaba una navaja de afeitar manchada con el líquido rojo de la sangre de la hermana.
Por su pálido rostro quedó la marca de lágrimas que escurrieron silenciosas. Cindi se arrodilla y la toma en sus brazos llorando con el alma desquebrajada al sentir el contacto del cuerpo frío e inerte de su hermana gemela. Candy, que a sus diecinueve años ya había decidido partir.
En aquella inmensidad solitaria; sus padres no se encontraban, como siempre, tenían asuntos importantes que resolver, y la servidumbre dormía aprovechando la tranquilidad, una tranquilidad que fue rota por el llanto incontenible de Cindi.
En el entierro solo estuvieron presentes sus padres y Cindi, además del sacerdote que daba un discurso para despedir el alma de Candy, que yacía en el féretro color blanco resplandeciente, semejando la pureza y tranquilidad que en vida Candy no logró.