(jamás me desveló el plan que ambos habían llevado a cabo.)
El caso es que les seguí un día, sospechando que algo ocurriría aquella tarde de otoño. Los seguí hasta una alameda y allí, escondido tras unas zarzas pude ver como los dos jóvenes entre páramos y laureles mantenían sus miradas. Caía una tarde amable que más tarde desembocaría en tormenta. Ambos se amaban y esperaban el momento de la niebe para dar rienda suelta a su pasión más mortífera. La brisa comenzó a despojar del suelo a la hojarasca formándose en el aire mil danzas atolondradas. La vida puede ser malvada, pensaban ambos, despojándonos de todo aquello que consideramos importante, impidiéndonos ser felices a nuestra manera. Desde mi posición pude ver como Mari Luz cayó de rodillas y con la manga de la camisa arrancaba de su rostro todas aquellas lágrimas que brotaban de sus ojos. Ginés le ayudó a incorporarse mientras secaba el rostro de su amada con los labios. Ambos se fundieron en un fuerte abrazo. Entonces la tormenta comenzó, entonces los dos juntaron sus cabezas, entonces él apretó el gatillo. Los dos cayeron muertos en el suelo con los primeros copos de nieve.
Todo ocurrió muy deprisa, tan deprisa que no pude hacer nada para evitarlo. Me costó mucho tiempo aceptar aquel final trágico, pero luego comprendí que aquella guerra, aquella maldita guerra que nunca terminaba, les había empujado a cometer aquel sacrificio para mantener vivo su amor en la memoria de sus almas.
Después de eso jamás tuve el valor suficiente para enamorarme, al menos hasta que terminase la guerra. Pero la guerra nunca acabó pues al terminar en un lugar comienza en otro. Y es que cuando uno dedica su vida entera a la batalla nunca se ve desprovista de ella. La naturaleza del hombre y el concepto que se tiene del universo nos lleva muchas veces a buscar una escusa absurda para luchar y erradicar al vecino. Pero eso no les pasa a todos los hombres, sólo a aquellos que piensan que con la lucha se consigue los objetivos por los que ha sido creado. Yo ahora me doy cuenta, me doy por enterado que una vida dedicada a la guerra es una vida solitaria, donde toda sensación agradable produce hastío y terminamos por olvidarla. En mi caso ha sido el amor.
Continuará…
Antonio Pérez Abril.