Luna de lobos es la primera novela del periodista Julio Llamazares, publicada en 1985 en la colección Biblioteca Breve de Seix Barral. Basada en el sufrimiento y el miedo de los soldados republicanos durante la Guerra Civil española y la posguerra, Llamazares nos cuenta la historia de tres compañeros, Ramiro, Gildo y Ángel, soldados republicanos de León, quienes se ven obligados a huir a la montaña para que el frente victorioso no los atrape. De esa manera quedan aislados de la vida normal y de su familia, y no les queda otra alternativa que mirar desde lejos sus casas y su gente. Refugiados entre la maleza y al calor y sombra de las minas y las cuevas, los tres soldados intentarán sobrevivir a los problemas que les ocasionará el vivir en la montaña al borde del mundo, y más aún: perseguidos por soldados que los quieren matar.
Con un narrador en primera persona y en presente —algo poco usual pero que puede llegar a dar muy buenos resultados—, en voz del protagonista Ángel, se nos desvela a un ritmo narrativo bastante rápido y con un estilo sencillo todas las experiencias de estos tres fugitivos en la montaña. Empleando frases muy cortas y párrafos bastante breves, da grandes saltos en el tiempo y construye secuencias que apenas ocupan más de una o dos páginas, deteniéndose siempre en las descripciones del amanecer y el anochecer, para así describir la relación que tiene el cierzo con el miedo y sus aullidos con los lobos (de ahí el título de la novela: tres lobos ocultos bajo la tenue luz de la luna, resignados a notar cómo el viento aúlla a sus oídos). No se entretiene demasiado en describir emociones; en lugar de ello, las despacha en pocas palabras y continúa con lo que de verdad tiene importancia, es decir, la narración del relato en sí misma, puesto que el lector puede conocer a la perfección qué siente a cada momento un personaje con el solo hecho de ver sus reacciones ante el mundo: por ejemplo, Ramiro acostumbra a sentarse a fumar mientras mira con nostalgia el exterior de la cueva, señal de que añora estar con su gente y vivir en libertad.
Por último, en cuanto a vocabulario cabe destacar el empleo riguroso de palabras relativas a la montaña, como es el caso de las diferentes especies de plantas que aparecen a lo largo de las 185 páginas de esta novela. Un vocabulario muy rico a lo largo de todo el discurso, pero en cambio generador de una lectura muy rápida y cómoda, así como placentera por su brevedad y dirección. Acompañado a la voz del narrador, que no varía en ningún momento y que se muestra más bien distante a los demás personajes —esto es: que aunque se preocupa por sus compañeros, no se detiene en describir lo que siente, pues lo da por sabido—, el tono de esta novela otorga una lectura entretenida que no se hace en ningún momento pesada y que engatusa desde la primera página. Una obra, en definitiva, interesante por la dirección con que en tan poca extensión el autor es capaz de transmitirnos un mensaje visto muchas veces y en no tantas ocasiones acertado.