Dijo una voz popular:
¿Quién me presta una escalera
para subir al madero,
para quitarle los clavos a Jesús,
el Nazareno?
Aviso: sólo para quienes se sientan con fuerzas. Lo que sigue no es para el agrado de la inmensa mayoría.
Hoy ha sido Jueves Santo, y ha sido por que jueves ya pasó, y santo no ha aparecido. El Nazareno me ha hecho un corte de mangas, así que me voy a centrar en el Jueves del año pasado en la calle ancha de Cádiz. Calle ancha, esa calle por la que pasan todas las procesiones, esa calle en la que vive un pianista –fabuloso– que interpreta todos los años una obra a algún paso en forma de halago. Le tocó al Nazareno, y éste no me había hecho un corte de mangas. Casi hubiera quedado mejor que se lo hubiera hecho al pibe que se coló a mi lado y se hizo paso entre la gente que llevaba allí horas y horas esperando –como nosotros– sólo con la excusa de “voy a grabar el paso”. Como es costumbre –vivimos donde vivimos–, donde va uno van tres, sobre todo si se trata del género de la especie humana del que hablo, de modo que fueron tres y no uno los que se colaron para grabar al Nazareno –que, por otra parte, era precioso, con su túnica morada, su decorado en el paso, su cruz cargada al hombro–.
Para colmo –para alegría o emoción de algunos–, el silencio se hizo en la calle, llena de gente ansiosa por ver al Cristo, cuando el pianista comenzó a tocar La Saeta de Joan Manuel Serrat a piano –La Saeta, sí, Joan Manuel Serrat, sí, niñatos, que asignáis las obras de arte a quien no las ha creado– con una técnica exquisita y un sonido perfecto que llenaba el oído y el corazón de muchos. Para colmo, digo, porque el pibe –uno de los tres, claro– que estaba más en medio del ángulo de visión de los que llevábamos allí horas y horas esperando se puso a cantar con su “arte” propio lo que ellos llaman La Saeta, compuesta –es un delito asignarla así– y escrita –un delito aún mayor que el anterior– por Camarón de la Isla. Amigos míos, Camarón de la Isla era un cantaor de flamenco ejemplar, el mejor que haya podido haber en nuestros días, si no a lo largo de la historia –no conozco la historia del flamenco–, pero no compuso esa canción ni mucho menos la escribió. Se trata, clara y distintamente –como decía Renato–, de un poema de Antonio Machado –este sí que es uno de los mejores poetas que haya podido parir este país– al que Joan Manuel Serrat –un cantautor de los mejores que hayamos podido contemplar hasta la fecha– le puso una hermosa melodía, que después otro compositor asignó a una marcha procesional que gusta a la mayoría de los forofos de la Semana Santa.
Muchos, al escuchar u oír esta marcha, relacionan la música con un paso de Semana Santa o directamente con una banda de música, diciendo que ésta la compuso el director de la banda y por eso está en su repertorio. Qué buen compositor seguirá, supongo, a ese comentario. Amigos, amo la Semana Santa, amo las marchas procesionales y amo los tallados y las esculturas de los pasos, pero esa marcha no ha sido compuesta por ningún músico director de banda, fue compuesta hace bastantes años ya por un catalán –sí, un catalán– que cuenta 65 años y sigue en pie sobre el escenario. El arreglo –arreglo musical sobre una canción con letra para una banda de música– lo habrá hecho el músico que sea con todo el arte del mundo –también amo la marcha procesional–.
¿Qué pasa con los que identifican La Saeta con un cante flamenco de Camarón? Que también están equivocados. Camarón cantaba como ningún cantaor, pero esa canción –pues es una canción y no un cante flamenco– la cantó una vez junto a Joan Manuel. Que a vosotros os guste más cómo la cantó Camarón, perfecto, pero entonces lo que habría que decir es ésa es La Saeta que cantaba –que cantaba– Camarón de la Isla –no que compuso. Llamemos a las cosas por su nombre–.
Por cierto, tampoco identifiquen el poema de Machado como algo relacionado directamente con la Semana Santa. El poema está en contra de ella. Claro quede. Oh, no eres tú mi cantar, no puedo cantar ni puedo a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar. Pero es campo en donde no me voy a meter ya a estas alturas.
Bueno, el caso es que el pibe y sus colegas se colaron e intentaron grabar un vídeo que después no se veía porque el Cristo estaba demasiado lejos. El Nazareno es una joya, y me duele eternamente haber dedicado estas palabras a la situación y no a la escultura, pero lo siento, hay cosas que me superan. A mí no me gustaría que citaran una canción que haya compuesto yo y que cantase otra persona para decir que fue ésa quien la compuso. Supongo que a vosotros tampoco. Supongo que a Serrat tampoco.
Abran los ojos, y vean que existe la Semana Santa, vean que existen las procesiones y que llevan su arte a cuestas, vean que la música es música –y no otras cosas que hay por la calle que se hacen llamar música– y, sobre todo, que se compagina con los pasos. Éste –y no otro– es el verdadero arte de las procesiones.
Y como sé que habrá mucha gente que me contradiga, que me maldiga y que me escupa a la cara por estos comentarios, voy a pedir perdón por mis opiniones. Perdónenme el tono, perdónenme el contenido, perdónenme la opinión y perdónenme la vida. Pero no me perdonen –digo en serio y pido por favor– el título, que no debería haber sido ese que he puesto, por el simple motivo de no haber dedicado estas palabras al día ni a la obra, sino al ignorante que había a mi lado.
Espero que el que sea que empezó a leer el primer párrafo haya llegado hasta este extremo. Daría la mano a todo aquel que hubiese continuado el discurso sin haberse cagado en mis antecesores.