La diferencia entre él y yo era meramente anatómica: mientras él tenía el mundo a sus pies, la vida me tenía cogido por los cojones”. La dura clarividencia, el sarcasmo y la ironía más propia de Paul Auster aparecen sintetizados en una de las primeras citas imprescindibles de la obra. Con Juego de presión (1978), el autor norteamericano inicia su exitosa y prolífica carrera en el mundo de la literatura. Escritor, guionista y director de cine, Auster parece encarnar el papel de un renacentista postmoderno.
La obra presenta, pese a suponer el debut narrativo del autor, una madurez impropia en un neófito, sustentada en el vasto bajage que otorgaba a este ex alumno de Columbia su experiencia como traductor. Si bien aún no cuenta con el dominio narrativo que le llevará a recrear con pasmosa facilidad la compleja trama de La trilogía de Nueva York o a presentarnos personajes con la hondura del Benjamin Sachs de Leviatán, sí se deja entrever la honda comprensión del mundo circundante tan característica de Auster. Neoyorquino urbanita y retratista imparcial y mordaz de la realidad norteamericana de su tiempo, a través de las páginas de la obra podremos recorrer las entrañas de una gran manzana triste, gris, llena de hormigueros en los que sus habitantes dejan pasar sus anodinas y estresadas existencias, o a la América racial y profunda representada por el ficticio pueblo de Irdining.
Juego de presión, supone, además del fiel retrato que comentamos, una inquietante novela negra que queda inconclusa en la mente del lector. En un ingenioso ardid, Auster no se quedará con la verdad absoluta, sino que se limitará a presentarnos lo que su narrador quiere hacernos creer. En nuestra mano está imaginar una nueva explicación algo más convincente mediante los datos que nos han sido presentados. De esta forma, tras servirse de una narración en primera persona, el autor intenta llamar la atención de nuestro espíritu crítico y deja la puerta abierta a una calle secundaria en la que encontrar la realidad de la trama. Nunca escucharemos la otra versión, por lo que tendremos que inclinarnos por la versión subjetiva del protagonista o romper una lanza a favor del personaje inculpado.
A pesar de la multitud de elementos destacables que hemos citado y los que desgranaremos a continuación, el éxito comercial de la obra –como suele suceder en estos casos- fue inversamente proporcional a la excelente acogida que le dispensó la crítica y el público especializado de la siempre en boga novela negra.
Continuando la enumeración de cualidades explícitas en la obra, cabe resaltar el abrumador dominio del diálogo del que Auster hace gala, conjugando con idéntica maestría sentimientos tan dispares como la complicidad, la ironía, el odio o el sarcasmo, para hacernos así comprender de manera casi inmediata la amalgama de sentimientos que rodean a Max Klein y que condicionan notablemente, a pesar de su lucidez, su particular visión de las cosas. Aunque por momentos la presentación de los personajes pueda parecer excesivamente arquetípica –con una casi infantil caracterización de los matones que acosan al investigador-, debemos entenderlo dentro de la tradición literaria de la novela negra, que presenta, entre otros lugares comunes, a un detective sumamente inteligente y dotado de un encanto personal que le hace irresistible; a una malvada dama dueña de una belleza superlativa que lleva a la perdición a personajes dispares, o a unos sicarios infantiloides y carentes de la más mínima inteligencia. De todo ello se sirve Auster para construir una novela altamente recomendable y que puede significar una puerta magnífica para adentrarse en el complejo y mágico mundo del recientemente galardonado con el Príncipe de Asturias de las Letras.