Pepita Jiménez es la novela mejor valorada del escritor Juan Valera (1824 – 1905), debido a la forma de caracterizar la psicología de los personajes, en especial la de los femeninos. De esa manera, Pepita Jiménez aparece retratada de un modo magistral por sus actos, por sus miradas, por su forma de hablar o por la ternura que inspira la expresión de su cara.
Esta novela, de no más de doscientas páginas pero de una profundidad y una importancia bastante notables, nos cuenta la historia del seminarista don Luis de Vargas, hijo de don Pedro de Vargas, que viene a pasar un tiempo con su padre después de doce años de aprendizaje con su tío, el señor Deán, quien lo instruyó en todo lo que hay que saber sobre el catolicismo. Sin embargo, cuando llega a la casa de su padre, se entera de que éste pretende a una veinteañera viuda y católica que se llama Pepita Jiménez y que es rica a causa de la herencia de don Gumersindo (su esposo octogenario, ya muerto). Pero cuando empieza a conocer don Luis de Vargas a la señorita Pepita Jiménez, al principio siente una atracción enorme hacia ella como amiga, una atracción que se torna en pasión amorosa por una chica dos años menor que él y que también siente esa misma pasión por don Luis. Éste, de veintidós años, se cartea con su tío Deán para contarle sus vivencias durante cuatro meses en su pueblo, y al mismo tiempo le relata la relación que mantiene con Pepita y cómo ésta se torna poco a poco en una pasión desenfrenada e impropia de un aspirante a cura.
La novela está dividida en tres partes: la primera, epistolar, es la que escribe don Luis y en la que cuenta todas sus vivencias, pensamientos e inquietudes, en permanente contradicción con el catolicismo a causa de su pasión amorosa por la mujer; la segunda, narrativa libre, transcurre en la noche de San Juan y está contada en tercera persona, de modo que el narrador retrata tanto las escenas costumbristas intercaladas como el carácter de los personajes por sus actos y su dicción; y por último, la tercera parte es un desenlace en el que se atan los cabos que han quedado sueltos al terminar la historia central, y son nuevas correspondencias epistolares.
El estilo literario es sabroso en su mayor parte: Juan Valera escribe párrafos extensos donde expresa una idea, reflexión, o simplemente describe una situación o un gesto de algún personaje, al mismo tiempo que narra, y lo hace todo con un vocabulario delicioso, cuidado y bien empleado. El tiempo narrativo es más bien lento a partir de la segunda parte, aunque también en la primera hay escasa acción; pero vence esta lentitud del tiempo narrativo con las generosas descripciones y los tan bien conseguidos diálogos entre los personajes.
Con todo, me ha parecido una buena novela, entretenida desde la primera hasta la última página, y apasionante en el sentido de que parece que el lector ve reflejadas las imágenes en una pantalla de cine, cosa tan buscada en los libros de las últimas generaciones y no tan bien lograda. Lo recomiendo a todo el mundo, amantes o no de la literatura del siglo XIX. Pepita Jiménez, de Juan Valera.