Religiones ancestrales y caducas, conspiraciones vaticanas, libros de insondables poderes, pintores herejes, enigmas crípticos aparentemente irresolubles… De todo ello se sirve el pretérito colaborador televisivo Javier Sierra para preparar a fuego lento un libro de lectura rápida que deja un sabor de boca algo más agradable que otras lecturas de su mismo menú.
En un primer acercamiento, un llamativo subtítulo absorbe inmediatamente la mirada de quien ojea la portada: “El nuevo bestseller internacional”. Tal reclamo, que garantiza la atención de algún que otro despreocupado lector en búsqueda de una novela suave y fácilmente digerible, enmarca a su vez al texto dentro de una ecléctica e indefinible categoría literaria que merece la idolatría de unos y el desprecio de otros.
Realmente nadie sabe con exactitud qué es un “best seller”, en tanto que esta etiqueta parece usarse ya sin atender al volumen de ventas. Suponiendo que tal denominación se desarrolle actualmente a la estela del éxito del insigne “Código Da Vinci”, parece acertado calificar a “La cena secreta” como tal. Ilustres y seculares personajes cargados de una considerable aura mítica e insondables tramas relacionadas con el arte y la religión son los ingredientes fundamentales de los que se sirve este tipo de obras tan en boga en la actualidad.
La fórmula de por sí parece trillada, toda vez que el mercado editorial ha sufrido un aluvión insufrible de títulos en busca de una porción del pastel que con tan poco cuidado pero con tanto éxito preparó el bueno de Dan Brown. A pesar de ello, «La cena secreta», al igual que otros títulos con una mínima calidad literaria amparados por ambiciosas campañas publicitarias –véanse las obras de Matthew Pearl o Julieta Navarro-, lo consigue, aunque parece justo separar, para lo bueno y lo malo, la obra del otrora parapsicólogo Sierra del davinciano código. Para lo bueno, porque el título que nos ocupa aparece revestido de una verosimilitud y de un aparato histórico que sostiene la trama, patente sobre todo en los abundantes datos reales y en la utilización de personajes relacionados coataneamente con el cuadro que funciona como eje central de la narración; para lo malo, porque no consigue un impacto inmediato ni captar la atención del lector de la forma en la que lo hace Dan Brown.
En cualquier caso, la obra es algo más que una mímesis del estandarte de esta nueva corriente de thrillers artístico-religiosos, por lo que merece un estudio individualizado y ajeno a prejuicios o etiquetas. En el débito del autor podríamos incluir, en lo referido a su trama y estructura, una manifiesta falta de naturalidad al realizar saltos espaciales que, lejos de evitar la monotonía de la narración lineal, confunden al lector con cierta asiduidad. Igualmente, exceptuando quizás a Da Vinci, la caracterización psicológica de los personajes no pasa de ser un mero esbozo, por lo que presumiblemente no perdurarán en la memoria del lector. Sirvan como ejemplos los casos de el prior Bandello y de fraile Benedetto, que, a pesar de su importancia capital en la trama, aparecen torpemente caracterizados y sin la entidad suficiente que su posición reclama. Esto, sin embargo, tiene justificación ante la imposibilidad –o, al menos, la suma dificultad- de encontrar el equilibrio perfecto entre el thriller destinado a las masas y la novela histórica al uso, más sobrecargada y prolija en el aspecto personajístico y dialogal.
En cualquier caso, a pesar de éstos y otros aspectos discutibles, es justo reconocer que la obra cumple con éxito su objetivo principal: entretener e instruir al lector de manera somera en ámbitos como el paganismo o el arte. Sin otra pretensión, «La cena secreta» supone la continuación de un género aupado a lo más alto de las listas de ventas por un público ávido por indagar el revés de la historia a través de ficciones detectivescas que derroquen la visión tradicional de los aspectos más dogmáticos de la religión y la cultura.