Una suave brisa surca los campos en la tarde. Todo está vacío, tan solo los leves rayos del sol, lanzados entre unas nubes ajadas, consiguen llegar hasta la tierra baldía. De los viñales surgen los racimos púrpuras de un néctar venidero. Hace ya tiempo que los pájaros emigraron de aquí y de los árboles comienza a brotar la primera hojarasca de la temporada. Hasta hace unos pocos instantes, una suave lluvia bañaba los campos, pero ahora todo está en calma y en el ambiente se respira el olor a tierra mojada. Las montañas se muestran enterradas entre el descenso imprevisto de las nubes, impidiéndome ver su cima, desparramando en mis pupilas la nostalgia de un instante. A lo lejos, en lo alto de un páramo, se escucha el letargo de un tractor luchando contra la tristeza del barro. Son los primeros vendimiadores, que con afán, desechan las pámpanas de la vid hasta alcanzar el delirio morado. Son tiempos melancólicos los que el otoño trae consigo, donde todo adquiere un aspecto espectral, donde sólo algunos pueden apreciar la belleza de unas tierras impregnadas de tristeza. Cada época tiene su belleza, y cada belleza tiene su parroquia, yo sin duda me quedo con todas, incluido el otoño y su tristeza.
olor a tierra mojada… en Bullas huele muy bien cuando llueve, en Cartagena no es lo mismo, ni mucho menos…
Haces que me den ganas de vendimiar y sentir los latigazos en los riñones.