Se encienden las luces disipando la oscuridad efímera, una oscuridad amparada por la proyección digital y el sonido acompasado de gusanitos plastificados. Entorno los ojos y comienzo a mover los entumecidos músculos de mis posaderas. La gente se levanta acumulándose en la salida. Al principio todo es silencio pero al rozar la calle comienza el trajín del momento. Conversaciones sobre lo buena o mala que ha sido la película, la pose del actor de moda, las escenas malditas. Gente rebuscando en sus pantalones el deseado humo de sus cigarrillos, chaquetas en volandas que cubren los hombros de las damas. Poco a poco la sala se ha ido quedando vacía, las tristes butacas languidecen en el habitáculo manchadas de golosinas y deleites del espectador. Yo me alejo mientras las escucho susurrar, mientras esperan el siguiente pase.