Se agotan los minutos en este atardecer de mayo donde el firmamento se derrama sobre las vías de un tren de sueños. El cielo se presenta arrebolado, repleto de nubes malvas y estelas anaranjadas. Quizá fue un error enamorarse, pero fue una dulce condena. Nos quisimos, no lo dudo, pero todo acaba y tú decidiste marcharte. Desde el andén observo tu carita de tez blanquecina llorar tras los cristales. Tus ojos se convierten en un remanso de aguas tristes maldiciendo aquel momento en el que desnudaste tu alma y tu cuerpo ante el hombre que te mira embobado con las manos en el gabán. Nunca fueron lindas las despedidas pero la eternidad está repleta de besos. El tren se pone en marcha, te alejas y yo empiezo a correr. Voy persiguiendo tu rostro a través de las vías pero nunca consigo alcanzarte. Me detengo incapaz de alcanzarte y solo acierto a levantar la mano y a imaginarme que me abrazas mientras te digo adiós. Pero el horizonte ya ha devorado tu rostro y ahora sólo me quedan un puñado de lágrimas que derramo sobre el andén. Y me quedó observando cómo se aleja el tren, como se pierde en el horizonte el tren que nunca cogimos.