Me contemplada con sonrisa crepúscular, con cara de pocos amigos. Yo me dejé atrapar por los cariños de antaño, por la época en la que la veía lejana y como una compañera fiel. Pero ahora me mira, me calcula con una mordaz sonrisa, con un gesto opaco. Ya no siente nada, ya se ha hecho inmune al dolor, al silencio, a las penas. Diez años soportando esto, mil noches sin dormir, aterrada. Y ahora, en un segundo, yo levanto el cuchillo y lo clavo en su pecho. Ella muere y yo soy un cobarde.
«No son las catástrofes, los asesinatos, las muertes, las enfermedades las que nos envejecen y nos matan; es la manera como los demás miran y ríen y suben las escalinatas del bus.»
Virginia Woolf