Observó el cuadro que veinte años antes le pintara su hermano. Al igual que Dorian Gray
comprobó horrorizada que aquel maldito entramado de pintura era igual de bello que el primer día. Su rostro, en cambio, había sufrido las destructoras huellas del tiempo dibujando ojeras en su rostro y arrugas en su sonrisa. En el cuadro seguía siendo bella y juvenil. Sus ojos destilaban la fuerza de la vida, la ilusión del futuro y sus manos firmes y tensas acariciaban el mundo desde una posición privilegiada. Deseó ser pintura, formar parte de los colores del lienzo. Agarró con fuerza el cuchillo y sin mediar palabra con el mundo se asestó un golpe mortal en el pecho. Desde el suelo, exhalando el último aliento de vida, sintió la victoria del cuadro.
«El brillo de la hermosura es pasajero y quebradizo.»
Crispo Salustio (86-34 a. de C.) Historiador latino.