Sonaba una canción cuando entraste y decidiste bailarla. Sumida en tu eufórica danza ibas destilando las miradas, que como dardos en tus caderas, impulsaban el ritmo de tu noche. Te miré y sin saber que decir me lancé al calor que desprendían tus brazos. Conseguí encontrarte entre la bruma espesa que desprendía tu cigarro. No dije nada, me limité a seguir tu danza y dejar que la noche nos uniera. Tú cediste a mi muda propuesta y con aliento de ginebra me besaste, te bese. Con paso torpe decidimos perdernos en las noches urbanas, por los callejones oscuros y grasientos, por las pensiones inmundas, por inhóspitas tascas. Hasta que con los primeros despuntes del alba despareciste con un destello dejando amoratados mis bolsillos, escozor en mi entrepierna y resaca en mi memoria. Desde aquella noche no te he vuelto a ver y ahora me pierdo bajo los puentes para ahogar las penas.
«El hombre que no ha amado apasionadamente ignora la mitad más bella de la vida.»
(Marie Von Ebner-eschenbach)