Si, eres hermosa – decía el extraño joven mirando, concentrado, una radiante flor.Estaba ahí en el mismo lugar de siempre; junto al más joven de los árboles y la deslumbrante mujer vestida de blanco. Su mirada se centraba en aquella radiante flor, una flor única que le recordaba tiempos memorables, hermosas sensaciones que nunca volverán. Tenemos que irnos – dijo la mujer interrumpiendo la agradable situación. Como siempre, el joven se paró con lentitud, dejó la flor cariñosamente sobre el pasto y abandonó su tan preciado lugar. El regreso fue lento y tortuoso, aún no era capaz de acostumbrarse a esa rutina; aún soñaba con el pasado. Ya pasadas algunas horas llegó a esas desagradables paredes. Las siempre rígidas, vigilantes de sus acciones, las que formaban parte de su habitación. Como todos los días acomodo su cubrecama y se acostó sobre él, tomó feliz un libro y con regocijo comenzó a leer. No había nada que le agradara más que recorrer aquellas páginas, visualizar a través de ellas mundos diferentes, encontrar en cada una un vestigio de lo hermoso, un pequeño residuo de felicidad. Era momento de sonreír, mostrar un pequeño esbozo de alegría, podía soñar con la felicidad. Cronos prosiguió su curso y lentamente el joven se durmió. Todavía se marcaba en su rostro su última y desesperada sonrisa. Falsa placidez demostraba, placidez capaz de engañar a los mismos dioses. Era momento de enfrentar lo que menos gustaba al adolescente, sus sueños. En poco tiempo la sonrisa desapareció, dando paso a una horrible mueca de desesperación. Vividos recuerdos revivían por momentos y miedos se hacían realidad. Angustiado, el desolado joven, luchaba por despertar, acabar con la horrible y desgarrante pesadilla. Sus miedos pasaban ante sus ojos, sus anhelados recuerdos se esfumaban; su corazón se desgarraba.
Débiles rayos atravesaban los ventanales de la habitación. Un triste espectáculo se visualizaba en su interior. Un cuerpo inerte con angustioso semblante yacía sobre la cama, rayos de sol lo cubrían tratando de resaltar su desgracia; haciendo visible al mundo su desgraciado destino. Algo nervioso, pero feliz, el joven logró despertar. Con temblorosos pasos se levantó y observó lentamente la habitación. Todo era tal cual lo dejó, nada había cambiado, todo seguía siendo igual. Algo desilusionado revisó lentamente la habitación, aún esperaba que algo cambiara, que algo fuera diferente. Después de unos segundos cerró los ojos, buscaba desesperado una oportunidad. Sin aviso previo comenzó a mover sus manos. Justo frente a él veía las manos hermosas de su tan anhelada amada. Con timidez acercó sus manos a la imagen de su recuerdo. La felicidad lo inundó, era capaz de tocar sin mayor impedimento esas tan deseadas manos. Estrepitosas lagrimas cayeron por sus mejillas y se aferró firmemente a las manos imaginarias, no quería soltar esa pequeña, pero irreal, oportunidad de felicidad. Poco duró aquel hermoso momento, no era posible engañarse, sabía lo que tenia en frente; su siempre rígida y fría habitación. Con decepción abrió los ojos y observó lo que esperaba observar, su cuarto vacío sin el más mínimo rastro de felicidad.