Leyenda Puerto Rico
En la Bahía de San Juan está ubicada la ciudad de Cataño, allí vivía un hombre que era vendedor de pájaros que, entre las mas diversas especies, tenia un loro muy conversador y simpático.
Repetía continuamente todo lo que escuchaba sin el menor problema, salvo “Cataño”, el nombre de la ciudad donde vivía.
Un día pasó caminando un hombre y al oír al loro quedo tan entusiasmado que quiso comprarlo a un muy buen precio. El vendedor acepto la idea pero le advirtió que lo único que el loro no podía pronunciar era la palabra Cataño.
-No importa- dijo el hombre- yo le enseñaré.
El hombre lo llevó a su casa y lo puso en una jaulita colgada en el patio, mientras le hablaba par que el lorito se adaptara a su nuevo hogar y a su nuevo dueño.
El loro charlaba y repetía lo que iba oyendo y hasta ese momento todo era fácil y divertido. Pero el dueño entusiasmado, se sentó delante de él y le dijo:
– Lorito lindo, decí Cataño.
El loro no dijo ni una sola palabra.
– Vamos… vamos… deci Cataño, a ver… Ca-ta-ño.
El loro siguió mudo, parecía que había callado para siempre.
– Lorito lindo, tenes que aprender a decir Cataño porque cuando alguien te pregunte de donde sos, deberás decir “Cataño”.
El loro seguía callado, las horas pasaban y poco a poco el hombre iba perdiendo la paciencia.
– Vas a decir Cataño ¿si o no?- decía en un tono un poco enejado.
– Decí cataño o me vas a hacer enojar mucho.
Y loro, mudo.
Pasaba el tiempo y ya era casi de noche cuando el hombre había perdido del todo la paciencia y empezó a gritar.
-¡Deci Cataño… deci Cataño!! O te revoleo por el aire.
Y como el loro seguía callado, el hombre ya fuera de sí, lo agarro por una de sus patitas y lo revoleo por el aire. Después entro a su casa y pegando un fuerte portazo se fue a dormir.
Al otro día, venia del gallinero un gran bochinche que despertó al hombre. Este se levanto para ver qué pasaba. Las gallinas casi desplumadas, corrían por el gallinero cacareando como locas.
-¿Qué estará pasando acá? –se dijo mientras controlaba el lugar. Hasta que por fin en un rincón del gallinero, vio al loro que con sus patas tenia atrapada a una gallina y mientras le daba picotazos le gritaba:
-¡Deci Cataño! ¡Deci Cataño o te revoleo por el aire!