42.
Un camión en malas condiciones llega al pueblo, se trataba de un autobús de pasajeros estacionándose en una esquina de las calles del pueblo. Unos pies que calzan unos zapatos rotos y desgastados bajan los escalones del autobús. Se trata de las piernas de una mujer, con los pantalones desgastados y un poco rotos. El autobús se aleja y las pisadas de aquellos zapatos rotos recorren la banqueta de la calle de aquel pueblo.
43.
En el salón de la pila de bautizos, dentro de la parroquia el Comandante y su Agente observaban la silueta de línea blanca sobre el suelo, la detective Lucero llega cerca de ellos. Las manchas de sangre seca esparcían por el suelo.
—Si vamos a estar juntos, creo que lo mejor es llevar la fiesta en paz. Para que vea que no guardo rencor, hasta le podría compartir información sobre el caso —sonríe el Comandante a Lucero.
—En verdad que yo tampoco le guardo rencor, más bien creo que es un asunto de machismo profesional —le devuelve la sonrisa. —¿Qué información podríamos compartir?
—Sinceramente, creo que el asesino nunca salió de la parroquia. De lo contrario hubiera sido fácilmente descubierto.
—Se equivoca, Comandante —responde la detective. —El asesino tuvo el tiempo suficiente para huir, puesto que lo hizo. Sino, dígame usted, ¿dónde se encuentra el órgano motor de la víctima? No se encontró por ningún lado y eso quiere decir que el asesino lo llevó consigo.
El rostro del Comandante queda serio, escudriña con la mirada el comportamiento de la detective, como si analizara hasta donde era capaz de investigar fielmente el asesinato ahí ocurrido. No se trataba de una novata, reconoció al instante que jamás la podría engañar para sacarla del caso.
La detective camina hacia la puerta de esa habitación sacra, observa los grandes marcos de madera con puerta de dos alas de acero, una gran cerradura antigua estilo aldaba.
—Este es otro detalle.
—¡Basta señorita! —interrumpe el Comandante. —Esta es nuestra investigación. No necesitamos de sus opiniones.
—Pensé que habíamos hecho una tregua —irónica la detective. —No olvide que yo también estoy trabajando en éste caso.
—No siga enrollando este asunto con sus novelas policiacas. Deje de creerse la hija de Sherlock Holmes. Nosotros estamos a punto de finalizar.
—¿Y cómo lo terminaran? ¿Suicidio, como el caso de Digna Ochoa? —reprime una sonrisa ante el rostro del Comandante.
—Todo induce a un sacrilegio —interrumpe el Agente.
—Las pruebas están ante nuestros ojos —insiste Lucero. —Las cerraduras de todas las puertas requieren de una llave especial ya que son muy antiguas o en su caso alguien que haya dejado escapar al asesino y después cerrar la puerta desde adentro.
—¿Qué insinúa con eso?
—El asesino permaneció aquí dentro, y para poder huir alguien le tuvo que abrir la puerta —continua la detective. —Y eso sólo lo puede hacer el sacerdote.
Las miradas de los tres se cruzan entre si, se lanzan corriendo por el pasillo hasta llegar a la capilla.
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