23.
La carretera que atravesaba el bosque era transitada por dos patrullas a gran velocidad, ambas salen hacia una avenida de terracería como si penetraran las entrañas de la espesura de los arboles, se trataba de una brecha amplia casi oculta por la arboleda, el cielo era imposible verse debido a la unión entre las enramadas sobre la ruta, algunas aves asustadas volaban tras el paso de los vehículos.
En la patrulla que conducía el Agente Osorio acudía el Comandante Balbuena.
—¿Exactamente qué fue lo que te dijo?
El tono de la interrogante lanzada por Balbuena era de escrutinio rudo, deseaba pormenores que no estaban al alcance de sus subordinados.
—La unidad aérea nos proporcionó la ubicación de lo que aparentemente es un cementerio clandestino, pero Tapia acudió de inmediato.
—Ese agente parará en un arresto. Jamás debe acudir sin una unidad de reconocimiento en estos casos, lo que menos necesitamos ahora son héroes.—Furioso el comandante.
Las patrullas se detienen ante una cabaña en apariencia abandonada, el suelo tapizado de hojas secas que crujen al momento que los policías ponen pie en ellas al descender de sus autos. Balbuena avanza cauteloso ante la puerta de la cabaña. Los hombres no evitan llevar su mano a la boca y nariz al percibir el desagradable olor a animal muerto. El Agente Osorio invadido por la nausea trata de alejarse del grupo, dominado a medio camino arqueándose de vómito.
Balbuena golpea fuerte a la puerta de la cabaña sin encontrar respuesta. La voz de un policía señalando el patio trasero del lugar, hacen desistir de sus llamados a la puerta. Observan diversos montones de tierra en el patio trasero, eran tumbas con algunos arañazos en la tierra, como huellas de excavaciones hechas por lobos. De las tres pequeñas montañas deformes sobresalían huesos al parecer humanos, jirones de tela vieja y sucia. Como un cementerio profanado por animales del bosque en busca de alimento putrefacto. Conforme avanzaban observando, encuentran un pico y una pala, herramientas al lado de las tumbas medio abiertas. La última de ellas más profunda.
El Agente Osorio un poco recuperado trata de unirse al grupo, pero los olores fétidos aun más penetrantes al acercarse vuelven a producirle las arcadas vomitivas.
Cubriéndose la respiración, los policías avanzan hacia las tumbas, sorprendiéndose al encontrar visiblemente dos cadáveres podridos entre la tierra, era visible lo destrozado de sus ropas. Al llegar al lugar completamente perciben dentro del hoyo más profundo otro cadáver.
—¡Mierda! —Exclama Josué Balbuena—. Esto es obra de un demente.
Una sensación extraña produce escalofríos en el comandante, lanza miradas preventivas a su alrededor, como si buscara a alguien que los observaba. Algunos pájaros vuelan de los árboles como si huyeran de una presencia extraña.
Balbuena camina con paso rápido hacia la cabaña, seguido por dos policías, mientras otros se encargaban de asegurar el lugar de las tumbas con cinta preventiva amarilla.
De una patada, Balbuena abre la puerta de la cabaña. La sangre se va a sus talones sintiendo la sensación en sus oídos como vidrios resquebrajándose. Estupefacto observa el cuerpo del Agente Luis Tapia, sobre una cama que yacía en el centro del recinto. El cadáver de Tapia tenía los ojos en blanco, emanando sangre por la boca y el pecho perforado, el hoyo en la piel era visible, igual que los últimos cadáveres, no llevaba el corazón. Los policías no evitan sorprenderse exclamando diferentes expresiones de asombro.
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