—Y dime, ¿cómo te fue esta vez con tu madre?
El rostro de Kenny palideció y muchas imagenes cruzaron su cabeza en un segundo.
—Ella está bien. Lo que en verdad debería de apurarte, es que vas a llegar tarde al trabajo, ni pienses que te voy a esperar a que estés lista.
—No hay problema —contesta Nora—. Tengo sesión hasta las diez.
El timbre de la puerta se escucha, ambas salen a la pequeña sala de estar, Kenny abre la puerta encontrándose con un hombre de aproximadamente 47 años, con una pequeña cicatriz en la mejilla izquierda, acompañado de otro también joven con gafas oscuras, trajeados en color gris oscuro, mostrando al instante una placa de identificación.
—Soy el Comandante Josué Balbuena —dice el de la cicatriz—. Buscamos a la señorita Kenny Doria.
—Soy yo —dice firme Kenny—. ¿En qué les puedo ayudar?
—Solo le haremos unas preguntas, señorita.
—Siéntense por favor —interrumpe Nora.
Los presentes se acomodan en la sala de estar, mientras el comandante Balbuena dirigía una mirada directa y sentenciadora contra Kenny.
—¿Qué parentesco tiene con la señora Renata Doria? —interroga el Comandante.
—Es mi madre —confiesa Kenny.
—Es muy lamentable decírselo, pero su madre fue encontrada sin vida ésta madrugada.
La impresión palidece el rostro de las jóvenes, Nora delicadamente abraza a su amiga, en los ojos de ambas se asomaba la tristeza, la pintura de los ojos de Kenny escurre por sus mejillas.
—¿Cómo sucedió? —pregunta desolada la deuda.
—No queremos adelantarnos a los hechos, pero dígame… ¿Su madre tenía enemigos, o alguien que deseara su muerte?
—¿Trata de decir que fue un asesinato? —casi rabiando lanza la hija de la difunta.
El comandante tratando de medir sus palabras, revuelve en su cerebro la manera de decir la peor parte del caso. Respira profundo y se aclara la garganta.
—El cuerpo de la victima se encontró descuartizado. Llevaba heridas en una pierna y las dos manos mutiladas…
—¡No puede ser! —el rostro pasmado de Kenny había perdido todo color—. Ella era una mujer pasiva, ermitaña. No le hacía mal a nadie. Claro que no tenía enemigos. O al menos nunca lo supe.
—¿Cuánto tiempo llevaba sin ver a su madre?
Las palabras del Comandante crearon un silencio, unos instantes en los que Kenny y Nora comparten miradas angustiosas.
—La acababa de ver esa noche —aborda decidida Kenny.
Los policías reaccionan con extrañeza, viendo con dureza a la principal sospechosa del homicidio.
—¿Qué hizo en la casa de su madre durante la visita?, ¿De qué platicaron?
—Solo fui a visitarla porque ya llevaba mucho tiempo sin verla, mi trabajo me absorbe. Pero cuando me vine a casa, ella aún estaba viva, no se como pudo haber ocurrido esto. Les aseguro que no sucedió nada extraño; tal vez fue un robo.
—No —advierte el Comandante—. Todas las cosas estaban en su lugar, aunque necesitaremos de su ayuda para hacer una revisión más extensa y dar con el asesino.
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