Hoy recordé aquel día en el que al despertarme con el incisivo haz de luz sobre mis ojos sentí que me hallaba viejo. Con los huesos ya duros añorando la flexibilidad de los buenos tiempos de la niñez, sentía el trecho largo tras de mi como una bola de nieve que había sido atada a mi espalda a lo largo de una cuesta interminable cuya cúspide me era esquiva pues me obnubilaba una torrencial ráfaga de viento. Recordaba que ese día sentía que estaba viejo, que mis amigos del colegio estaban ya lejos y que las aventuras vividas eran ya un gran cuento que yo trataba de alcanzar evocando aquellos momentos y aquellas promesas desvanecidas y desaparecidas que quizás se cayeron de este tren en el cual he abordado por aquel resquicio en la pared por donde se hace tangible la fragilidad del recuerdo y el sonido incesante de una nostalgia sempiterna que se halla golpeando tras la puerta.
Recordaba que esa mañana veía un poco peor que el día anterior pues sentía que estaba viejo y quería parar de subir o de bajar o tan solo caminar y enrumbar el regreso, de toparme con el pasado, de vivir lo vivido, de saber que de nuevo podía estar tranquilo sentado tras el pupitre de lata vieja o escondido en el baño de mi colegio, con la mirada brillante, la conciencia tranquila, los amores de verano, las despedidas de invierno y el pensar que todo esto continuaría siendo cierto.
Aquella mañana sabia que mi olor se iba añejando con el pasar del tiempo pues sentía que estaba viejo, que una batalla era el despertar y una guerra el caminar, que mis alas estaban rotas, que mi planta de naranja se había muerto hace poco, que mi pelota de fútbol había perdido su forma, que el sol me sofocaba más, que la brisa del verano esquivaba mi rostro y la luna escondida tras las nubes de invierno me acongojaban y sentía que estaba viejo y trataba de encontrar la inocencia que talvez un buen día tuve, con las manos untadas de barro, lodo e insectos, con la cabeza en las nubes y la risa en el viento.
Y recordando aquel día en el que sentía que estaba viejo esbozo una sonrisa pues tan solo tenia veintiún años de viejo
Me encanta. Me gustan los textos que hacen referencia a reflexiones o recuerdos, y que tienen frases a las que llamo Joyas. Ésta es una de ellas: «una batalla era el despertar y una guerra el caminar». Tienes arte.
Un saludo
Muchas gracias jorge, me alegra mucho saber que a añguien le gusta lo que escribo