El famoso autor John Berger, por medio de su personaje G. de su primera novela une el sentimiento de las revoluciones y los problemas sociales que tuvieron lugar en Europa desde el año 1848 hasta que empezó la Primera Guerra Mundial.
El personaje tiene vínculos amorosos en donde quedan reflejados las tensiones nacionalistas y las diferencias entre esclavos, austriacos, italianos, etc. Cuando va terminando el relato G decide ir a un baile en Trieste con una joven eslava. En esta oportunidad se despierta el recelo y la ira de otra mujer que estaba enamorado de él. Un claro ejemplo de ello se muestra en este fragmento del libro:
“Muy poco de lo que sucedía en el salón de baile pasaba inadvertido a G. La repulsión que había sentido al principio frente a Von Hartmann se había ahora extendido a todos los demás invitados, hombres y mujeres. Quería expresar esa repulsión insultándolos y desafiándolos. Pero los conocía suficiente para saber que insultarlos o amenazarlos abiertamente sólo los habría divertido y fortalecido. Todos eran aficionados al teatro (…) Cada momento era un momento de tensión y de triunfo. Cuando hablada con Nusa, le hablaba suave y ceremoniosamente. Von Hartmann dejó el salón de baile. Era demasiado tarde, reflexionó, para ordenar a su esposa que rechazara a G., porque habría de desobedecerlo. Más aún, ella era demasiado primitiva, demasiado poco inteligente para discernir el calculado insulto que había en la conducta de G. Ese insulto, que era un insulto público, significaba declarar: después de una fregona, tu mujer.
(…) A medida que proseguía el baile, los italianos tendieron a reunirse en el salón de baile del segundo piso… En ambos salones, el escándalo de la eslava llena de perlas continuaba siendo el tema de todas las conversaciones.
(…) Después de irse Wolfgang, Marika no aceptó bailar, segura de que G. vendría a buscarla. No fue así. Ella pasaba de grupo en grupo, conversando con nos y otros. Hasta donde podía ver, ya él no estaba en el salón de baile (…). Subió la gran escalera. Allí tampoco estaba. Entró en lo que ahora se había convertido en el salón de baile italiano (…) Tampoco él estaba allí. Llegó a la conclusión de que debía estar mandando de vuelta en un coche a la mujer eslava. Bajó la escalera como si ya estuviera bailando (…) Unos pocos todaza estaban bebiendo cuando la orquesta empezó nuevamente. Una vez más G. y la compañera de altos pechos cubiertos de muselina y de perlas fueron los primeros en bailar. Una vez más el italiano y su compañera cuyos ojos entrecerrados eran indescifrables fueron los primeros en bailar. Una vez más ninguna pareja se unió a ellos. Pero esta vez, más que con furia, los miraron con insolencia. Estallaron unas cuantas carcajadas. Alguien gritó: ¡Vuelvan al circo! Inmediatamente G. atrajo a Nusa y le dijo al oído algunas palabras tranquilizadoras. La manera en que bailaban, mejilla contra mejilla parecía más exótica que nunca; nadie salvo los campesinos bailaban así. (…) Marika no se asombraba de verlo desnudo mientras bailaba. Se asombraba de verle el pene. (…) El puerto estaba muy tranquilo. Unos pocos carruajes abandonaban el teatro.
Durante los siguientes treinta años, la historia se contó muchas veces. Después de la ocupación de Trieste por los guerrilleros yugoslavos en 1945, cuando durante poco tiempo, por primera vez, la ciudad estuvo en manos de los patriotas eslavos, la historia perdió su atractivo y empezó a resultar un tanto vergonzosa. Pero si bien las versiones variaban en un punto, todas concordaban en que una húngara, esposa de un banquero austriaco, una mujer pelirroja sacó un látigo por debajo de su capa y comenzó a azotar a una mujer eslovena, cuya presencia en el baile había causado gran consternación, bajando de la escalera, y fuera del edificio. El punto en que las versiones diferían era en que si había o no tratado de azotar al hombre que acompañaba a la mujer eslovena.Aunque buena amazona, Marika no era capaz de dominar con absoluta precisión la correa de su látigo y, desde que G, estuvo a su lado de Nusa, quizá lo haya golpeado también. Pero a él no le quedaron marcas… Cuando Nusa bajo corriendo las escaleras hacia la puerta de entrada, con Marika detrás que la perseguía G. se apretó a Nusa y le hizo frente a su agresora para arrancarle el látigo. Ambos lucharon y Marika cayó. Varios hombres se abalanzaron sobre G. Blandiendo el látigo éste se libró de ellos y bajó corriendo la escalinata para unirse con Nusa que ya estaba en la calle.”
Este artículo cuenta con un fragmento de G., de John Berger. Para más datos sobre este personaje puedes leer la Revista Ñ (Enero 09)