Buenas tardes a todos. Hoy, que desde mi ventana puedo contemplar un día de espléndidas temperaturas, que me ha hecho, entre otras cosas, cargar con mi chaqueta vaquera por las calles de la ciudad, me siento con ganas de pensar sobre una nueva Cita Caprichosa, como cada jueves, y hablar largo y tendido de un tema en concreto, un tema que merodea por las mentes de los dementes personajes que encontramos a veces en cualquier parte.
Recuerdo que, cuando leí la increíble novela de Luis Landero que comenté hace poco en este mismo blog, el personaje de Gregorio Olías, protagonista de la fabulosa historia, sentía miedo porque un mundo imaginario, de mentira, por completo ficticio se le caía poco a poco encima. Ese miedo lo hemos sentido todos alguna vez, cuando nos hemos visto obligados (al menos para mí eso es un calvario, si no, no sería obligación) a soltar alguna mentirijilla por una buena causa. Hemos pensado, qué ocurriría si nos descubrieran. Y en definitiva, lo que estamos haciendo realmente es encubrir que el hermano pequeño ha faltado a clases porque quería ver la televisión, o que el padre ha ido a comprar un regalo a la madre y le hemos dicho a ésta que ha ido a ver a un amigo. Pero ese miedo se nos ha venido a la cabeza, y es inevitable.
Lo peor es cuando alguien miente, y conozco a muchas personas así, y encima de soltar por esa boca mentiras que nadie con dos dedos de frente puede creerse, son ellos mismos, los mentirosos, los cuentistas, quienes se creen sus propias mentiras. Ven cosas que sólo existen en sus sueños, o ni siquiera sueños, en sus trolas. Y llegan a vivir toda una vida creyéndose marqueses y adinerados, cuando en realidad trabajan limpiando casas y sirviendo la comida a los verdaderos marqueses y adinerados (trabajo, por otra parte, desde cualquiera de las perspectivas, honrado como cualquier otro).
Frente a éstos, fíjense qué variedad social encontramos en el día a día: hay otros que, teniendo ese poder que caracteriza a los adinerados, teniendo la felicidad que la fortuna les ha concedido desde el principio, sin tener problemas demasiado graves como los que motivan el llanto de otros muchos, con esos recursos que tan fácilmente les conduce a la felicidad que ellos tanto buscan, se ven sometidos diariamente a un llanto incontenible, a una ceguera tal que les priva de ver lo que tienen ante ellos, la verdad, el mundo real. Tan soñadores y tan ilusos llegan a ser algunos, que les ponen delante de sus propios ojos la solución a sus problemas (un médico, por ejemplo, en mayoritarios casos, incontables en ocasiones), y se ven sometidos a un proceso de rechazo continuo y permanente a esa solución. Qué ciega puede llegar a estar una persona.
En fin, gentes que ven con ojos de mentira, gentes que creen que es mentira lo que ven. El alfa, la omega, el más, el menos, el sí, el no, lo opuesto: lo real.
Les dejo con la cita de esta semana, que pertenece a un libro que aparecerá comentado dentro de unas semanas. Espero que les guste.
Unos tienen ojos y no ven, y otros, en cambio, ven cosas que sólo han existido en su imaginación.
Eduardo Mendoza, El asombroso viaje de Pomponio Flato.