Medea decide tramar una terrible venganza al enterarse que su amado esposo piensa separarse de ella para contraer matrimonio con una joven que es hija del rey de Corinto. En el medio de la furia pensaba solo envenenar a la novia y al padre de la misma, el rey Creonte además de herir cruelmente a quien fuera su esposo.
Cuando culminaba tragedia, cuando Jasón (el esposo) llega a las puertas de su antigua casa en donde Medea le oculta y le prohíbe tocar los cadáveres de sus niño, él la insulta le grita. Ella responde:
“Ciertamente tú no podías, después de ultrajar mi lecho, pretender una vida regalada, al tiempo que te reías de mí, ni tampoco podía le princesa, ni quien, al ofrecerle estas bodas –Creonte digo- podía expulsarme impunemente de esta tierra. Después de esto, si quieres, llámame leona y Escila que habitó suelo tirreno. Pero ya herí tu corazón como debía”.
Ante semejante horror alguno pensaron en poder quitarle un poco del espanto, una corriente de filósofos y críticos aventuraron la hipótesis de que mediante el ocultamiento de los hijos de Medea, Euripides quería decirnos que en verdad no habían sido asesinados.
En una adaptación de Medea realizada por Gené y Oddo no se pone énfasis en la mujer abandonada sino en reivindicación de tipo más bien política. La toman a ella como una extranjera que ha quemado las naves en su propia patria cuando escapa junto a su amado, ahora encontrándose abandonada en tierras extranjeras y apunto de ser echada realiza como último recurso y en medio de una gran desesperación el acto más horrores, eliminar a sus hijos.
Según Jasón, Medea se encuentra enferma de celos y el nos da su propia versión:
“Después de que llegué aquí desde la tierra de Yolco, arrastrando muchas desgracias irresolubles ¿Qué hallazgo más feliz hubiera encontrado a todo esto que desposar a la hija del rey, yo, que era un exiliado? Y no, tal como tú me atormentas, porque odio tu lecho y porque estoy herido por el deseo de una nueva novia, ni porque me empeño en desafiar a alguno en el número de hijos: suficientes son los nacidos y no me quejo. Sin embargo, esto es lo principal: lo hago para que podamos vivir bellamente y para que no tengamos carencias (…) ¿Acaso he decidido mal? Ni siquiera tú podrías decirlo, si no fuera porque te atormente el deseo de mi lecho. Sin embargo, hasta tal punto de locura llegan ustedes las mujeres que, si la cama funciona bien, consideran que ya lo tienen todo; pero por el contrario, si hay alguna circunstancia desdichada en lo que tiene que ver con el lecho, ponen a lo más ventajoso y a lo más bello como enemigo. Habría sido necesario que los hombres engendraran a sus hijos de otra manera y que no existiera la raza femenina. Así no existiría para los hombres ningún mal.”
Este texto cuenta con un fragmento de Medea de Euripides.