Hace pocas horas recibí tu carta, la leí y la volví a leer detenidamente tratando de no perderme o no entender ni un ápice de lo que decías. En realidad te comprendo pero creo que tú aparte de no entenderme, no sabes lo que es la vida en su esplendor y naturaleza.
Primero que todo quisiera explicarte el por qué de mi existencia y todo lo que ella conlleva. Sé que resulta superfluo disculparme de todo lo que me culpas, que me llevo lo bueno de la vida que lo arrastro y no dejo que lo perciba.
Pero quiero que te preguntes: ¿Cómo es una vida sin tiempo o cómo se llamaría porque la vida va siempre entrelazada a mi?
Sin mi no existiría el cambio, el derecho a volar o a sucumbir. Lo malo es malo y nunca dejaría de ser malo mientras lo bueno será eternamente bueno; inconscientemente lo vamos a querer ver malo por el simple hecho de que lo bueno ya no lo es. La vida sería una foto plasmada, pegada que no cambia nunca, que no nos deja empeorar o mejorar.
Estaríamos subyugados a una vida de perpetua desdicha habitual .
Sin mi la palabra eterno comenzaría a ser tangible y ustedes se verían ahogados entre lo malo y lo malo porque la eternidad y la perfección es algo ininteligible para el hombre mas no por su grandeza sino porque nunca han existido ni han sido creados para el hombre.
Yo soy el bien y el mal, la oportunidad, la ocasión: el día y la noche, el movimiento de la vida y la muerte.
Mientras escribía esta carta observaba el viento avasallante que golpeaba los bosques y el desierto. Veía como una abeja agonizaba al ver su aguijón perdido en el olvido, pero con la grandeza de haber existido, de haber sido fructífera a su reino. Al ver a una gota de rocío que había viajado a través de las nubes y del aire de alborada y estaba ahí vencida, muerta encima de una flor pequeña, perfumada con un olor a vida, al nuevo fruto que nacía y acoté mi último pensamiento.
Yo, el tiempo, fui creado para que el hombre y la vida nunca dejen de existir.