De la golpeada pick up bajó un hombre maduro, esquisofrenicosujetando una escopeta. Lo vi con terror amagarme con su arma.
—¡Enseñame tu hombro! —gritó el hombre armado.
Aterrado le mostre mis hombros, al observarlos tendió su mano para ayudandome a incorporar.
—Hay gente inferctada por todos lados —prosigue el hombre—. Las brujas los poseen y los marcan hiriendoles en el hombro izquierdo. Debemos matarlos.
—Estamos por salir de la ciudad, creemos que es lo mejor.
El sacerdote Segovia y la mujeres bajaban del automovil embestido.
—Traigo a mi mujer inconciente en la cajuela de la pick up —dijo el hombre—. No se encuentra nada bien. Tuvo contacto con las mujeres malditas.
—Salga de la ciudad —le dije—. Sálvense, es mejor huir lejos de ellas.
—Debemos irnos —apresura el sacerdote.
Sin decir más caminamos hacia el coche, el cual con el golpe mostraba aboyaduras de poca consideración, el hombre armado soltó un disparo que nos hizó volver la vista para observar que una mujer saltaba desde la cajuela de la pick up con un aspecto sombrío, la bala le atraveso un costado pero pareciera que no le causaba dolor, saltó sobre el hombre armado mordiendole la yugular cayendo al suelo. Carolina y las demas mujeres corrieron nerviosas a encerrarse en nuestro auto, debido a que eramos muchos para aquel auto se instalaron incomodas, el sacerdote y yo corrimos al coche, puse a andar la máquina y avanzamos mientras el sacerdote Segovia sacando de uno de sus bolsillo una caja de cerillos, nervioso enciende uno y lo lanza al suelo humedo de gasolina, el fuego se hace vivo siguiendo su rápido camino, hasta que la bomba de combustible estalló haciendo desaparecer la pickup y a las dos personas que estaban sobre el suelo, logramos alejarnos de la explosión a tiempo sin lograr escapar a algunos proyectiles de los escombros, la gran luminosidad del fuego irradiaba el camino que dejabamos atrás. Avanzamos cayados durante el tramo de camino que nos separaba a la salida de la ciudad.
En el cielo las nubes se volvian a formar en una masa de agua, amenazando una torrencial lluvia, el aire comenzaba a golpear con mayor fuerza, llevaba un aroma enrarecido, pareciera que se esparcia el olor de los muertos que regaban por doquier en la ciudad, victimas de las brujas, tal vez sus almas rondaran clamando venganza, y nosotos representamos el medio para hacer justicia.
El sacerdote Segovia busca entre sus ropas sacando un pliego d epapel extendiendolo sobre sus piernas, enciendo la luz interior del auto mientras condusco, el papel era un mediano mapa garabateado en tinta de pluma. Mostraba graficos de una iglesia y un largo camino.
—Aquí esta la entrada al nido —mostraba con el índice sobre el mapa—. Destruyendolo se acabara su maldad, o al menos lograremos que no tengan su nido sagrado en éste territorio, tendrán que emigrar o morir.
Seguimos avanzando sobre la carretera larga y solitaria, miré por el espejo retrovisor a mi hermana Carolina, con el rostro pálido y la vista en otra dimensión.
Autor: Martín Guevara Treviño
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