Corrimos hasta la sala de estar, Simona cubrió con una chamarra a Carolina mientras la ayudé a conducirla escaleras abajo, llegamos hasta Azucena quién en un ataque de pánico mantenía los ojos cerrados con gran fuerza. Simona se encargo de tranquilizar a las mujeres, mientras yo corrí a la bodega del patio por una pequeña hacha y un par de cuchillos de hoja grande, ayudado por una linterna para iluminarme el camino, guardé nuestras armas en la cajuela del automovil. Corrí a la biblioteca y tomé el libro de nuestra desgracia y del mismo modo lo encerre en la cajuela del coche.
Subimos al vehiculo, Isabel Cristina y Carolina en el asiento trasero, mientras Simona en el asiento de al lado al momento que yo conducía.
—¿A dónde vamos, Marco? —preguntó mi hermana.
—A terminar con estó de una vez por todas.
Conduje a toda velocidad, los faros del auto me abrían el camino, sombras pasaban por las aceras, personas corrían, algunas antorchas encendidas se veían a lo lejos. Algo se atravesó en nuestro camino que me hizó frenar de golpe, haciendo sacudir el auto hacia la izquierda. Logré esquivar a quién se hubiese atravesado, pero al momento vi lo que los faros iluminaban en la acera de enfrente, una mujer joven de rodillas sobre el cadaver de un hombre, mordiendo el pecho del individuó inconciente, vuelve su mirada hacia nosotros, logrando observar su rostro pálido con la boca escurriendo en sangre, sus ojos eran como dos hoyos obscuros. Aceleré encausando el camino para alejarme pronto del lugar.
Autor: Martín Guevara Treviño
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