Asintió con una sonrisa ligera. Después de un apretón de manos se alejo despacio, hacia su coche estacionado en la acera junto a nuestra casa. Un escalofriante concierto de chiflidos inundó mis oídos, era una especie de graznidos de aves; pude ver que el doctor se detuvo ante la misma espectación al momento que un grupo de seis lechuzas arremetieron contra el rostro del médico haciendolo soltar el maletin que llevaba en sus manos. Vi estupefacto cómo las aves lo golpeaban, en un instante se echaron a volar de nueva cuenta. El rostro ensangrentado del doctor exhausto recargado a su vehiculo, no dejaba de emanar sangre, corrí a su lado horrorizado al ver que le habían comido los ojos, de las heridas a borbotones seguía sangrando, lloraba quedamente, tratando de buscar sus ojos con las manos, pero sus cuencas estaban vacías. De prisa acudí a la puerta de entrada de la casa y llamé a gritos a Simona, cuando volvi para atender al medico caí de rodillas extremadamente asustado al ver que una parvada completa de lechuzas habian alzado por los aires al doctor el cual gritaba de espanto sin poder ver lo que le estaba sucediendo. Un reguero de sangre quedó sobre el pavimento, al poco tiempo desaparecio por lo alto cargado por las garras de esas espelusnantes aves de la muerte.
Simona me encontró pálido y arrodillado en el suelo, asustada vio la sangre regada en la calle y con su apoyo pude levantarme de donde me encontraba. Mi corazón latía aceleradamente.
Autor: Martín Guevara Treviño
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