Volví a la realidad de golpe, amenazado por un temor de ir más alla, como si estuviera prohibido recordarlo todo. Tomé el colguije y lo coloqué alrededor de mi cuello. Por primera vez llevaba tan cerca de mi corazón un recuerdo fisico de mis padres. Además de hacerlo como un instinto de protección, pues aunque trataba de mantenerme firme, el miedo circulaba por mis huesos.
Algunos gritos me sacan de mi ensimismamiento, corrí hasta la recamara de nuestra huesped, de donde procedia el escandalo. Pude ver a Isabel Cristina en pie, histerica, con el rostro pálido. La vieja Simona y Roberto la sujetaban de ambos brazos tratando de calmarla, pero ella solo gritaba.
—¡Mi hijo!—lloraba la mujer— ¡Me robaron a mi hijo!
Con horror pude observar las sábanas manchadas de sangre y el suelo humedo de agua de vientre, el estomago oprimido por sus propias manos yacia flácido, desabultado, en el suelo, bajo sus ropas de dormir aún colgaba el cordón humbilical trozado y sangrante. Pavorosamente comprendí que las brujas habían traspasado los limites, y no se detendrían ante nada declarando nuevamente la guerra a este pueblo que las asesinó años atrás, la lucha comenzaba de nuevo.
Arrancando del vientre de Isabel Cristina el bebe que estaba por nacer, significaría que lo que buscaban se encontraba cerca, muy dentro de nuestro circulo familiar, nuestro entorno afectivo guardaba algo que les pertenecía y que no se detendrían por nada por conseguirlo. Entre sus alaridos y empujones, la vieja Simona y Roberto lograron someterla oprimiendola contra el suelo.
Autor: Martín Guevara Treviño
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