Cuando el mundo obscurezca por completo y las lágrimas del cielo iluminen el abismo terrenal, significará que su lucha ha comenzado. Por eso el hombre debe actuar antes que el manto negro se deslice por éste mundo, antes que ellas ataquen la tierra y la vida que en la misma habita. Deben ser eliminadas por completo, arrancar sus cabezas para no dar oportunidad de que nos engañen y vuelvan otra vez.
El sacerdote cerro el libros haciendo saltar del mismo un fino polvo acumulado por el tiempo, guardo sus anteojos en el estuche de vinil negro, poniendose en pie acomodando su sotana, se apoderó de él una visible intranquilidad, pareciera que hubiese decifrado un secreto en aquel texto leído.
—Debemos actuar pronto —dijo el padre—. No cabe la piedad en estos momentos de ira. Busquemos a esa mujer, y procuren no caer en sus engaños, no le tengan piedad.
Los tres nos pusimos en camino, me vi en la necesidad de llevar del brazo a Azucena por los corredores de la iglesia, debido a su temor por volver al exterior. Subimos al automovil y nos pusimos camino a la casa del río, una corazonada me indicaba que el libro causante de tantas desgracias se encontraba oculto ahí. Si en verdad el tío Camilo lo resguardó, ese era el lugar indicado para mantenerlo lejos de nuestras vidas, oculto en la poco frecuentada casa de la orilla del río. El trayecto se hizo complicado debido a que avanzabamos despacio por la multitud de gente que deambulaba por las calles.
Autor: Martín Guevara Treviño
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