Del fondo del sobre cayó una delgada cadena de oro con un colgante del mismo metal en forma de luna.
Las fotografías de los tiempos felices entre mis padres se dejaron ver, no pude contener unas lágrimas mientras hurgaba entre los recuerdos, añoraba aquellos tiempos.
Por fin la lucides me hacía ver el gran amor y la vida que se había desecho a causa de esa estirpe de malditas, de esas cazadoras de indefensos, las brujas. El odio se clavó profundamente en mis entrañas, jurando internamente con toda la cólera de mi ser, llevar venganza en nombre de la felicidad destrozada.
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Conducí el viejo Ford Tempo por las calles en completo desconcierto de la ciudad, la situación se había agravado. Cuando llegué a la tienda de vinos leí el periodico donde se relataban los hechos de la noche anterior, tres bebes aparecieron sin vida, arrojados en el kiosco de la plaza principal. Todos los cadaveres con las mismas caracteristicas, parecian los cuerpos de unas momias, sin una gota de sangre. La gritería se escuchaba hasta la tienda, los sollozos, protestas contra el cielo. Hombres con antorchas corrian por las calles.
Un fuerte ruido de cristales rotos me hizo volver la vista sorprendido. Un hombre viejo con antorcha en mano había roto el cristal del local de enfrente, donde una mujer leía las cartas, pude ver que la mediana mujer de tez morena era sacada a rastras por el hombre de la antorcha quién no paraba de propinarle golpes.
Autor: Martín Guevara Treviño
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