Nuestra ciudad se vio infestada por seres diabolicos, brujas. Se mezclaban entre la gente, era muy dificil detectarlas, convivian con nosotros. No se dejaron esperar los asesinatos, primero fueron los bebes, aparecian muertos por todos lados, chupados, secos. Todo fue una alarma total, llegaron a ser casi trecientos infantes sacrificados en tan solo una semana, las madres lloraban, la ciudad enloquecía. Después el ataque fue a todos, nadie estaba seguro. Lo que nos hacía temer era su facilidad para engañarnos.
Recuerda querido sobrino, aunque tu cerebro rechace la idea, por dolorosa que fue, es muy peligroso olvidar. Tú nos ayudaste a no quedar en manos del infierno, salvabas nuestras vidas al igual que otros médicos voluntarios, la mujeres brujas brotaban de la nada, fuimos hasta su misma madriguera a destruirlas, a su templo en Villa de Rosales.
No bastó con descuartizarlas, colgarlas, decapitarlas, ahogarlas, teniamos que destrozar su cabeza; enloquecimos de terror, y la locura nos llevó a aniquilar al pueblo entero, quemamos las viviendas, disparamos contra cualquier individuo que se moviera, sacrificamos hasta los animales domesticos, no queriamos correr el riesgo de que esas malditas nos engañaran transformandose. Se escuchaban sus alaridos, suplicaban, imploraban por su vida.
Trece años antes de la masacre, los cuerpos de tus padres fueron encontrados entre sangre, en su recamara. No logré entender los hechos, pero todo hace indicar que tu madre fue acusada de brujería, y el pueblo enardecido quería matarla, tu padre tal vez enloqueció y fue el autor de sus muertes. Primero la mató a ella para después suicidarse.
Autor: Martín Guevara Treviño
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